‘Me quedé en la ocupación porque no podía dejar a mi perro’

Nataliya Vitkovska y su esposo sobrevivieron a la ocupación de Borodyanka. Un día ocho soldados rusos entraron en su casa buscando “a nazis y seguidores de Bandera”. Según Nataliya, parece que les costaba entender que aquí nadie esperaba semejantes “libertadores”.
Oleksandr Vasiliev07 Junio 2023UA DE EN ES FR IT RU

Nataliya Vitkovska

— Mi nombre es Nataliya Fedorivna Vitkovska. Soy profesora en un liceo. Vivo en Borodyanka, región de Kyiv, donde sobreviví a la ocupación rusa.

— ¿Cómo fue el primer día de la invasión rusa a gran escala?

— Recuerdo que estábamos todo el rato moviéndonos, asomándonos para ver destellos. Nuestra casa tiene dos plantas, alguien solía subir a la segunda y ver dónde se veían las llamas y qué pasaba. Porque por un lado está Gostomel, y los rusos se acercaron hacia nosotros desde el otro lado, por el norte. Oímos estruendos, silbidos de aviones, y luego explosiones. En familia organizamos turnos para saber de dónde vienen los ataques. Nuestra casa tiene dos pisos, y entonces estaba con nosotros nuestro nieto de 2 años. Era difícil bajar y subir del sótano todo el tiempo, así que nos turnábamos para ver cuándo había peligro para ir al sótano.

También pusimos protección metálica en las ventanas y creamos un chat de los vecinos para compartir información. Pero al final no nos sirvió, porque cortaron la luz y la comunicación casi de inmediato. El primer día lo recuerdo porque salimos de casa con la esperanza de comprar alimentos, pero las tiendas ya estaban prácticamente vacías. Entonces, simplemente nos quedamos en el sótano, asomándonos para averiguar qué estaba sucediendo, de dónde provenían las explosiones y ataques.

— ¿Cómo empezó la ocupación?

— La ocupación comenzó con incendios. Recuerdo que el 7 de marzo, mi colega escribió que los ocupantes ya están recorriendo las calles e inspeccionando casas. Fue el último mensaje, después se perdió la conexión. El 9 de marzo se nos acercaron los ocupantes, una especie de mini convoy de chequeo, con algún vehículo y con francotiradores sentados encima. A nuestra casa entraron ocho: un ruso y varios buriatos. Inspeccionaron toda la casa. Dijeron que estaban buscando a los seguidores de Bandera. Les pregunté por qué vinieron a Ucrania, pero no entraron en el diálogo. Luego tuvimos una conversación con un oficial ruso, que nos volvió a preguntar dónde estaban los “nazis”, se mostró interesado en nuestra vida diaria, y también le preguntamos por qué habían venido. Tratamos de explicarle que no había que liberarnos y que aquí nadie discrimina a los rusoparlantes, le dije que antes había sido profesora de ruso. Y ellos hablaban de Bandera y los nacionalistas. Parece que realmente no entendían que aquí nadie los estaba esperando.

Llegaron en tres tandas. La primera cuando su convoy pasó por Borodyanka. Estos no regresaron. Y entre 15 y 20 de marzo, llegó la segunda. No estaban tan bien vestidos, como los de la primera tanda, se les veía ya más desdeñados.

Buscaban lugares para calentarse, sacaban alfombras y cobertores de las casas, los llevaban a los sótanos y allí montaban sus dormideras. Y la tercera tanda ya eran unos harapientos, hasta daban miedo, no tengo palabras. Parecían indigentes: merodeaban por las casas y los edificios vecinos. No nos hicieron nada, solo revisaron la casa. Pero le pegaron una paliza a un vecino por fumar en su ventana por la noche. Pensaron que así, con la luz del cigarro, mandaba una señal a los guerrilleros o al ejército ucraniano.

— ¿Ha sido testigo de los crímenes del ejército ruso?

— Son saqueadores. Por ejemplo, saquearon la casa de un vecino en la calle Nova 7. También entraban por las ventanas a las casas, sacando cosas y cargándolas en los autos.

— ¿Ha visto cómo los soldados rusos torturan o matan a civiles?

— No, casi nunca salíamos de casa y más allá de nuestra calle.

— ¿Por qué no se evacuaron de Borodyanka?

— Primero, no teníamos combustible, mi esposo y yo les dimos toda la gasolina a nuestros hijos para que salieran. Y segundo, tenemos un perro, un Alabay, no podíamos dejarlo. En tercer lugar, no queríamos ser unas bocas a más en casa de otros, teniendo nuestra propiedad y algunas reservas de comida. Y lo principal es que esta es mi tierra, ¿por qué debo dejarla a alguien que invada mi territorio?

— Antes de la guerra, ¿podría haber pensado que habría una invasión a gran escala?

— Me daba cuenta de que las relaciones con Rusia iban empeorando, pero no creía que llegarían a esto.

— ¿Se estaban preparando para una invasión a gran escala?

— El día antes de la invasión, mi esposo y mi hijo empezaron a preparar algunas cosas y ya el 24, yo tenía mi maleta de emergencia hecha, con todos los documentos. Pero no me preparé para esto de alguna forma especial.

— ¿Qué puede decirnos sobre el bombardeo de Borodyanka por aviones rusos?

— ¡Fue horrible! Oímos que nos sobrevolaban, fue muy inesperado, nunca había escuchado el sonido de un avión que entra a bombardear. Daba miedo, bajamos al sótano. Cuando estábamos en el sótano puedo decir que todo alrededor se estremecía. Las bombas caían a unos 400 metros de nosotros y pero era muy fuerte, parecía al lado. Mi nuera cubría al bebé con su cuerpo, teníamos mucho miedo, no tengo palabras para contarlo. Luego, nuestros hijos y nietos se evacuaron, y mi esposo y yo nos adaptamos a esta forma de vida.

Borodyanka: consecuencias de los ataques aéreos rusos

— ¿Qué hay de su propiedad?

— Quedó dañada. Gracias a Dios, la casa sigue en pie, pero el techo fue dañado por un trozo de misil: se rompieron las tejas, se dañó la terraza, tiene muchas grietas. Tenemos donde vivir, pero las ondas expansivas también dejaron grietas en los marcos de las ventanas. No sé cómo pasaremos el invierno. Pero en comparación con otras personas que lo perdieron todo, Dios fue misericordioso con nosotros.

— ¿Qué sintió cuando liberaron Borodyanka?

— Mucha felicidad. Pero, debo decir, todavía siento ansiedad dentro de mí: ellos estuvieron aquí, pisotearon nuestra tierra, causaron desgracias.

— ¿Ha cambiado su actitud hacia los rusos?

— Aunque mis amigos tienen familiares allí, y los conozco muy bien, no sé qué haré en el futuro, pero ahora mismo no quiero comunicarme con ellos. Todavía no sé qué tiene que pasar para sentarme en la misma mesa con ellos. Por un lado, me dan pena las madres de los soldados rusos, pero, por el otro lado, si permiten a sus hijos matarnos, entonces no merecen mi compasión. No descansarán en paz.

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