Una jubilada de Mariúpol no puede contener las lágrimas: “Lo único que hacemos es amar a Ucrania. ¿Por qué nos han hecho esto?”
Me llamo Vira Mykytivna Tyata. Viví con mi esposo, pero enviudé en el año 18. Me quedé sola. Toda mi vida he trabajado como maestra de una guardería. Durante casi 48 años. Viví en Mariúpol. En la calle Lavitska 24, apto 56. Un recuerdo duro, ya que mi casa fue destruida.
En 2014, cuando empezó todo, comenzaron a bombardear la zona este de Mariúpol. Vivimos más cerca del puerto y la zona este está al otro lado de la ciudad. Estábamos preocupados, no entendíamos nada. Y cuando empezaron a matar a las personas, a destruir todo, poco a poco empecé a preparar mis cosas. Eran cosas de verano, documentos.
Y esta vez ya me llamó un sobrino mío de Yakutia: “¿Cómo está la situación allí?” Fue el día 24 [2022]. Respondí: “Tolya, de momento todo está bien.” Alrededor del 4 de marzo comenzaron intensos bombardeos. Mi vecina y yo nos escondimos en el baño. Nos cubrimos con almohadas. Mi apartamento es de tres habitaciones en un edificio de cinco pisos.
Luego se incendiaron los coches debajo del edificio, los cristales saltaron fuera, un proyectil cayó en un transformador, murieron los vecinos de la planta baja y un vecino del otro portal.
Había una tienda debajo, allí nos escondimos en el sótano. Pasé allí varias noches. Pero hacía mucho frío. Tanya [la vecina] me dijo: “Vamos a escondernos en tu baño.” Luego, cada vez disparaban más y más los sistemas Grad. Primero saltaron fuera todas las ventanas con marcos y puertas. Luego se dañaron las ventanas de mi balcón. Acababa de renovarlo. Un fragmento de proyectil entró en el balcón. No sé cómo cambió su rumbo, en ese momento estábamos metidas en el baño con la vecina. Luego fuimos hasta el Liceo con ella, al refugio. Por supuesto, no estaba acondicionado.
Llegamos allí alrededor del 10 de marzo. Allí ya estaban cocinando usando ladrillos. Preparaban gachas, pasta. Cuando terminaban los bombardeos, los hombres corrían al departamento médico, traían sillas, pupitres, todo donde uno pudiera sentarse. De la guardería traían colchones. Traje una manta de mi casa y la vecina se trajo alimentos y un saco de dormir. Así vivíamos ella y yo encima de unas sillas. Los voluntarios nos traían agua y algo de comida. Me quedó algo de carne en la heladera, trajimos cereales y cocinamos algo ahí. Los más valientes salían fuera y cocinaban. Unas gachas por la mañana, una sopa para el almuerzo.
Había niños entre nosotros, incluso bebés. Había una familia con cinco hijos. Trajeron pupitres y tablas del departamento médico, se hicieron camas de caballete y las cubrieron con colchones. Así se acomodaron ellos. Por supuesto, a los niños se les daba de comer primero.
¿Qué pasaba fuera?
Nos bombardearon tanto que hasta las ventanas temblaban. A veces daba tanto miedo que nos agachábamos. Nos bombardeaban, porque había un barranco cerca, donde estaban los nuestros. Y todos lo entendíamos. Se usaba la expresión: dar la respuesta. Primero disparaban, después llegaba la respuesta. Lo entendíamos y tratábamos de no salir del refugio. Había ciertas reglas de conducta. Pero sabe, ya me olvidé de muchas cosas.
¿Cuánto tiempo pasó en el sótano?
Unos 12 días, no recuerdo si llegamos el 8 o el 12, luego vinieron a buscarme mis hijos. Estaban en el puerto, les disparaban menos desde el mar. [Los rusos] entraron por la parte de Volnovaja. Cuando Volnovaja fue arrasada, entraron a Mariúpol. El 18 llegaron mis hijos, nos fuimos a casa, teníamos un loro allí. Fuimos a recogerlo y también a por las cosas para llevarnos. Yo ya no me enteraba de nada. Cogí las bolsas preparadas desde hacía mucho tiempo y nos fuimos a la casa de mis hijos. Ese mismo día decidimos irnos, porque ya no era posible quedarse allí.
Terribles bombardeos y explosiones, coches en llamas, casas carbonizadas. Nuestra casa estaba toda negra: bombardeada y quemada. Todas las ventanas rotas, sin puertas, incluso la puerta doble saltó fuera. Se derrumbó el balcón.
El balcón de mi vecina del quinto se metió dentro del apartamento. Y la vecina se quedó en el Liceo. Luego me llamó, pero yo ya no tenía teléfono, lo dejé en el apartamento, no pude hablar con ella. Luego otra vecina pasó por mi casa y dijo que mis muebles se desplomaron, las ventanas salieron volando. No sé cómo está ahora, porque cuando todavía estábamos allí, todas las ventanas estaban con grietas, pero las pegamos con una cinta.
¿Qué pasa ahora con sus bienes?
No lo sé, todo se quedó ahí. Todo lo que hemos conseguido... desde el ’63. Todo lo que tenía... Compré un refrigerador nuevo, pagándolo a duras penas, como dicen. Mi esposo y yo trabajábamos. Compramos una estufa, pusimos ventanas modernas. Hicimos un balcón nuevo. Todo esto está destruído. La vecina del quinto dijo que las puertas dobles salieron volando, alguien las apoyó con un palo.
¿Qué les ocurrió a sus vecinos?
Verá, muchos se fueron inmediatamente. Muchos se quedaron en refugios. En el segundo piso se quedó un joven con su esposa. Tatyana y yo nos quedamos en el quinto. También estaba una vecina, su esposo tenía una minusvalía y caminaba con un andador. El resto se fueron.
¿Cómo salió de la ciudad?
Me llamaron mis hijos diciendo: “¿En qué estáis pensando? La mitad de Mariúpol ya se ha ido y vosotras allí metidas”. En la calle Mira [Paz] bombardearon una clínica de odontología. Muchos murieron allí al derrumbarse todo. Luego empezó lo del Teatro dramático, donde se refugiaba la gente. Todas las casas alrededor estaban destruidas. El Teatro dramático también. Los hijos me llamaron diciendo: “Salid urgentemente”. Pues ellos llegaron y me llevaron. Nos llevamos lo que pudimos, con prisas y pánico, no sabíamos qué hacer. Conseguimos llevarnos solo una manta y la bolsa que había preparado antes. Salimos de su casa en la calle Polunina 11, fuimos a la de Gagarin, al hospital regional. Había una larga fila de carros: la gente iba en coches rotos, con ventanas rotas, coches tiroteados. En vez de 20 minutos, tardamos 6 horas para salir de la ciudad. Luego el camino estaba más despejado. Algunos se fueron por un lado, otros por el otro.
¿El ejército ruso disparaba contra los coches de civiles?
Sí que hubo casos, pero antes de salir nosotros. Durante nuestro viaje no pasaba. Había carros con balazos, sin ventanas. Lo que contaban era que quitaban los coches buenos. En un puesto de control ruso un hombre salió para mostrar sus documentos, lo empujaron y se llevaron su coche. Delante nuestra una pareja fue víctima del tiroteo: el hombre se quedó sin brazos y la mujer sin piernas. La gente intentaba escapar. Anunciaron un corredor verde, así pudimos salir nosotros. El 18, creo, a las 12. Llegamos a Ananyeve, región de Odessa. Bueno¿ y ahora adónde vamos? Mi hermano vive en Rusia. Pero ahí, no. Aun estando más cerca. Decidimos quedarnos aquí.
¿Qué planea hacer después?
Sabe, tengo muchas ganas de volver a mi ciudad natal. Pero la gente que salió más tarde dijo que la ciudad estaba completamente destruida. Tanta gente fue asesinada... Al principio, enterraban a civiles, cuyas casas fueron destruidas, en jardines públicos. Luego comenzaron a enterrarlos en los parques. Y luego ya no había dónde y cómo, así que los enterraban cerca de sus casas. A la vecina de la que hablaba, asesinada por un proyectil, la enterró esa pareja que vivía en el segundo piso.
Fue enterrada al lado de su casa. Colocaron una nota en una botella: quién era ella, de dónde, de qué apartamento. Pero no creo que hayan cavado una tumba. Deben haberla cubierto con tierra sin más.
Cuando los vecinos del quinto piso salieron, vieron muchos cruces en la calle Shevchenko. Fue terrible. Dicen que en el verano estaba todo insalubre. Aunque los ocupantes prometían dar agua, pero al final nada. Todo está destruido, todas las tuberías están rotas... ¿Qué agua? No sé cómo están ahora. No lo sé. Nada bueno. Usted ha oído hablar de Azovstal. Pobres chavales. No sé qué decir. No puedo hablar, no tengo palabras.
¿Ha cambiado su actitud hacia los rusos?
Sabe usted, soy madre, un hijo mío está en Rusia. Para mí, ambos son mis hijos, tanto uno, como el otro. Pero el hijo que vive en Ucrania no quiere oír nada. Él está furioso. Le digo: “Valera, es tu hermano…”. Todo se ha confundido, antes todos éramos hermanos, vivíamos juntos. Y ahora esto. ¿De quién es la culpa? ¿Será nuestra? Por supuesto que no.
Lo que pasa es que amamos a nuestro país — Ucrania. Es mi patria, aunque no nací aquí, pero aquí viví y trabajé toda mi vida.
Más de sesenta años. Ucrania es mi tierra. Mis hijos también nacieron en Ucrania, estudiaron en una escuela ucraniana. Y después sucedió esto. ¿Por qué nos hicieron esto? No lo sé... ¿Qué hicimos? No puedo hablar sin lágrimas...