Casas y vidas destruidas en la región de Chernihiv

Durante la entrevista una de las víctimas cuenta cómo su hija y sus dos nietos intentaron evacuarse del pueblo ocupado por un camino supuestamente seguro, pero se equivocaron, así la mujer se quedó sin hija y sin nietos. Al preguntarle con quién vive ahora, la mujer se echa a llorar. Ya no tiene con quien vivir.
Anna Korchmar15 Diciembre 2022UA DE EN ES FR IT RU

Lo que más impresiona en los territorios deocupados es la gente. Personas fuertes e indomables que, a pesar de las tragedias íntimas, continúan viviendo. Se pelean en la fila del atendimiento público municipal, compran terrenos para montar una granja en medio de la guerra, preparan té con dulces para mantenerse calientes por falta de calefacción, gestionan su pequeño negocio desde una tiendecilla donde acaban de instalar un generador, ya no les asusta un corte de energía. Se estremecen al escuchar sonidos lejanos de las explosiones, aun sabiendo que son trabajos rutinarios de zapadores locales. Vuelven a casa desde el extranjero y se ponen a trabajar. Puede que lloren de vez en cuando, pero continúan viviendo. Y también se ríen, de forma sincera, se ríen con desespero, y tú, que has llegado de Kyiv, un lugar relativamente tranquilo, te avergüenzas de tus momentos de depresión por culpa de apagones y algún que otro bombardeo.

Así que esta publicación es sobre la gente y para la gente. Sobre cómo vivieron y sobrevivieron. Por la mañana en el local de atención de los abogados del Grupo de Derechos Humanos de Járkiv hay una cola de gente, cada uno trae a cuestas una tragedia. Todos son vecinos del municipio Ivanivka, el más afectado por la invasión rusa de la región de Chernigiv. La primera entra en el despacho una mujer cuyo hijo fue fusilado. Le dispararon justo ante sus ojos: el primer día de la ocupación rusa entraron en el patio, lo apuntaron con un fusil y le dispararon. Ni siquiera hablaron con él. Su hijo no era soldado, policía o activista social. La única razón por la que le dispararon fue porque era hombre. Ella, como muchos otros, nos concede una entrevista. Quiere que todo el mundo conozca su historia.

La segunda víctima llega con su hija pequeña. La niña tiene un año y once meses, su padre murió hace seis meses, simplemente saliendo a la calle. Le dispararon porque era ucraniano. La mujer acaricia a su hija y le da bombones “de cortesía” de la mesa de una trabajadora social del pueblo. A primera vista está bien, hermosa y feliz. Si no sabes lo que pone su expediente en la carpeta.

Otra víctima cuenta cómo su hija y sus dos nietos intentaron evacuarse del pueblo ocupado por un camino supuestamente seguro, pero se equivocaron, y la mujer se quedó sin hija y sin nietos. Al preguntarle con quién vive ahora, la mujer se echa a llorar. Ya no tiene con quien vivir.

Las víctimas muestran fotos de sus familiares muertos tomadas por la policía. Algunos estaban presentes en la exhumación. Cuesta imaginar cómo consiguen mirar estas imágenes sin llorar mostrándolas a los documentalistas. Los vecinos enterraban a los familiares de algunos en sus propias huertas, pero no inmediatamente, sino cuando los rusos lo permitieron. “Menos mal que en marzo hizo bastante frío...”, concluye un hombre.

A continuación, aparece una abuela de 76 años y no para de gastar bromas haciendo reír a todos los trabajadores de la municipalidad. La abuela resultó gravemente herida durante un bombardeo de artillería. También bromea sobre sus heridas. Sigue entreteniendo a todos los presentes y los vecinos comentan que a veces se pone a bailar en la calle. La conoce todo el pueblo y la adoran todos los niños.

Otra mujer herida cuenta con entusiasmo que los rusos llevaron a su esposo a Bielorrusia para recibir tratamiento, y los médicos bielorrusos les entregaron el certificado de alta en ucraniano, con la inscripción ¡Gloria a Ucrania!, demostrando así su solidaridad con el pueblo ucraniano.

Otra vecina herida, cuya pierna fue salvada milagrosamente por cirujanos extranjeros, se queja de lo opuesto: el traumatólogo local se niega a adjudicarle el certificado de discapacidad diciendo que no tiene ninguna minusvalía. Según la mujer, quiere soborno.

Nuestros abogados y documentalistas atienden al público hasta el anochecer, incluso, en la oscuridad, porque hay varios apagones a lo largo del día. Hace mucho frío dentro del edificio, porque no hay calefacción. Las ventanas fueron rotas durante los bombardeos y no las volvieron a colocar. También un proyectil ruso destruyó el edificio vecino: el club social, pero el edificio municipal se mantuvo en pie.

Cuando preguntamos por qué todavía no hay ventanas, la alcaldesa explica que no tiene sentido instalar ventanas en la municipalidad cuando muchos vecinos no tienen la oportunidad de poner cristales en sus casas. Inmediatamente nos damos cuenta de que esta mujer realmente se preocupa por su comunidad. Ella misma vivió una tragedia personal, pero no quiere hablar de lo sucedido.

Terminada la recepción del público, los documentalistas van a registrar la destrucción del municipio. Un viaje por su territorio lleva bastante tiempo. Hay seis aldeas con daños importantes. Se necesita casi un día entero para inspeccionarlas. A primera vista, parece que las aldeas no sufrieron mucho, pero en realidad 271 casas del municipio quedaron completamente destruidas y la misma cantidad sufrió daños parciales. Por supuesto, en estos seis meses la gente ya ha reconstruido mucho, pero no todo tiene remedio: muchas casas ya no son aptas para vivir.

Hay gente paseando por las aldeas, mirando con curiosidad el coche con monitores, pero no hacen preguntas: saben que tienen una visita de los de Járkiv. Aquí tratan muy bien a los invitados: se les ofrece té caliente y patatitas.

Finalmente, en la tarde oscura ya camino a Chernigiv, nos encontramos con un puesto de control. Mientras uno de los soldados revisa cuidadosamente las identificaciones de los documentalistas, los demás juegan tirándose bolas de nieve. Con la lluvia helada cayendo, con el camino convirtiéndose en una pista deslizante, ellos se ríen y continúan el juego. Mirándolos a ellos, y a toda esta gente de la región de Chernigiv, entendemos: nuestro país es invencible. Aprendimos a vivir al máximo incluso durante la guerra. Incluso después de sufrir las tragedias.

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