¡Corred hacia adelante! ¡Si os dais la vuelta, disparamos!
Cuando empezó todo, ni siquiera podía pensar que en el siglo XXI la gente fuera capaz de tanta crueldad hacía el país vecino, al que consideraban hermano, capaz de ir a matar. He vivido muchas cosas. Me quedé en casa hasta el final, pensando que nuestros militares se encargarían de los invasores que habían llegado a Bucha. Pero estaba muy equivocado. Mis desventuras, por así decirlo, comenzaron el cuatro de marzo, cuando los ocupantes llegaron a la fábrica de vidrio. Me desperté por la mañana (vivo en el segundo piso), miré por la ventana, vi a los soldados con cintas negro naranjas en sus uniformes, con carabinas, parando a los transeúntes. Entendí que se acabó... Todo se acabó.
Luego me quedé en casa sin hacer ningún ruido. Esto me salvó la vida y no. Por la tarde llegaron los ocupantes, a las 17:00 horas, llamaron a la puerta y dijeron: “Abre o será peor”. Intentaron derribar la puerta, pero no lo consiguieron. No di ninguna señal de que estuviera en el apartamento. Luego intentaron destruir la puerta disparando con una carabina a la puerta, a las cerraduras. Pero gracias a Dios mi puerta aguantó. Las cerraduras quedaron trabadas y me quedé dentro. Con el pensamiento de que había sobrevivido a mi propia muerte.
Es desagradable recordar, pero mentalmente me estaba despidiendo de mis seres queridos. Todavía había Internet, simplemente enviaba mensajes de voz a mis padres diciendo que les amaba, les mandaba un abrazo a todos y les decía “adiós”. Gracias a Dios no consiguieron entrar. Me quedé quieto el día cuatro de marzo. El cinco de marzo no los vi por la ventana. Y decidí esperar un día más. Para asegurarme de que todo estuviera tranquilo. El seis de marzo todo estaba tranquilo, estaba bien. El 7 de marzo intenté escapar de mi apartamento saliendo por el balcón. Fue por la mañana, alrededor de las 7:00.
Salí al balcón, los vecinos de abajo salían también. Entonces me di cuenta de que no había nadie, por esto estaban fuera. Los llamé. Dije: “Gente, ayudadme a salir del apartamento”. Colocaron una escalera debajo de mi ventana, echaron una cuerda por la que escapé. Empecé a preguntar a la gente, tal vez alguien iba a salir, iba a evacuarse. Para ir a Kyiv o a Jmelnytsky. ¿Por qué a Jmelnytsky? Porque soy de Ucrania occidental, de Jmelnytsky. Desgraciadamente no había nadie. Ya era imposible volver al apartamento. Por eso decidí caminar hasta el “puente de la vida”, que va de Irpin a Romanivka y de allí a Kyiv. Caminé por mi barrio preguntando a la gente. Nadie pensaba salir. Pregunté dónde estaban los ocupantes para no encontrarme con ellos.
Fue el siete de marzo. Pasé por los almacenes de metal, donde fusilaban a civiles. Los tomaron de rehenes y los fusilaron.
Allí estaba un vehículo blindado. Vi que estaba allí, con los ocupantes dentro. Por eso, gire hacía la vía férrea. Y por este camino ya caminé hasta la estación de Bucha. Allí encontré a otro civil que también quería escapar de Bucha porque en su casa había impactado un proyectil. Era más fácil pasar por todo esto juntos que por separado. Entonces nos juntamos. Se llamaba Maksym Bondarenko. Era joven, igual que yo. Tenía 26 años.
No llegamos a la estación de Bucha. Porque allí estaban los ocupantes. Eran unas 10:00 o 11:00 horas. Juntos volvimos de la estación al cruce ferroviario, en la calle Yablunska. Allí vi un puesto de control destruido de nuestro ejército. Vimos sus ruinas, vimos los cuerpos de nuestros militares. Desde allí caminamos hasta la comisaría militar de Bucha. Había civiles caminando y todo estaba más o menos tranquilo. De ahí ya salimos al campo. Hay un camino entre las calles que lleva al campo. Cruzando el campo y un puente de metal se puede llegar a Irpin. Acabamos no muy lejos, cerca de la urbanización Synergia. Allí nos encontramos con civiles que dijeron que los ocupantes se habían instalado en casas privadas cerca de Synergia. Pero, siguiendo la calle Universytetska, se puede salir.
Caminamos por Irpin. Esquivando bombardeos, viendo cadáveres. Tanto de civiles como de militares.
El ambiente era desagradable, obviamente. Cuando te pueden matar, es muy desagradable. Alrededor de las 12:00 llegamos a la salida de Irpin.
Pero allí estaban los militares rusos, los ocupantes. Así que intentamos esquivarlos. Volviendo a Synergia, cruzando la carretera a Zabuchya. Íbamos esquivándolos, por decir así. Nos adentramos al bosque, rodeamos Irpin y llegamos a Stoyanka: los lugareños llamaban este lugar “la estación de agua”. Era un lugar cercano al “puente de la vida”. Ya eran las 15:00-16:00. Y el toque de queda empezaba a las 17:00. Por eso empezamos a pedir a los vecinos que nos hospedaran para pasar la noche antes de evacuarnos de Irpin al día siguiente. Cruzando el puente. Pero los lugareños no nos hospedaron en sus casas porque tenían miedo. Por lo tanto, Maksym y yo encontramos una casa a medio construir con la puerta abierta y con ventanas. Pasamos la noche allí durmiendo sobre las tablas de madera. Bajo fuego de artillería. En aquellos momentos era muy difícil conciliar el sueño. Pero era fácil saber, por el sonido, cuándo explotaban los cohetes.
Al día siguiente, el 8 de marzo, nos levantamos a las 8:00 horas y desayunamos. Y nos encaminamos hacia el “puente de la vida”. Pero en el camino nos encontramos con los ocupantes. Tenían un puesto de control, algo así. Cerca de la guardería “Smailyk”. Los vimos, pero pensamos que podríamos pasar para la evacuación sin problemas. Había bolsas de basura blancas en casas en obras: las usamos como bandera blanca para que no nos fusilaran. Las levantamos y caminamos sin más. Los ocupantes nos vieron y corrieron hacia nosotros apuntando con sus carabinas. Nos preguntaron: “¿Quiénes sois? ¿Adónde vais?” "Vamos al puente de la vida”, les respondimos en ruso, por supuesto. Nos dijeron que no se permitía la evacuación, que no les habían avisado. Nos pidieron nuestros teléfonos y se los entregamos. Comenzaron a revisarlos, después nuestras cosas, revolviéndolo todo.
Nos dijeron que éramos artilleros, que dirigimos proyectiles hacía ellos. Nos ordenaron que pusiéramos las manos detrás de la espalda y tapáramos los ojos con gorras.
Hacía bastante frío y nevaba. Con las manos detrás de la espalda y una gorra sobre los ojos, nos llevaron a su ubicación. No sé exactamente dónde porque no vi nada. Allí nos pusieron de rodillas. Preguntando quiénes y de dónde éramos, qué hacíamos allí, adónde íbamos. Nos apuntaron con cañones de ametralladora y con cuchillos. Amenazaron con cortarnos las orejas, la nariz y los dedos. Para que confesáramos. Nos golpearon con fuerza. Después de terminar el interrogatorio, su comandante dijo: “Los mandamos a la base, que el superior decida qué hacer con ellos”. Nos subieron a un vehículo blindado y nos llevaron al bosque, no sé exactamente dónde. Como todo estaba tapado, no pude ver nada. En la primera base donde nos trajeron, nos interrogaron uno por uno. Primero a Maksym, luego a mí.
Amenazaron con cortarnos las manos, los pies, las orejas, la nariz y la lengua. Volvieron a pegarnos. Nos dijeron: “Si no habláis, os obligaremos a cortaros las piernas uno al otro con una sierra”.
Fue aterrador. Estás arrodillado y te dicen todo esto, tú con la nariz y la cara machacadas, con lágrimas mezcladas con sangre. Daba mucho miedo. Al terminar el interrogatorio, nos llevaron a otra base. Por lo que entendí más tarde, la base estaba en el bosque cerca de Lubyanka. Nos llevaron allí entre las 16.00 y las 17.00 horas, ya anochecía. Allí también nos interrogaron uno por uno. Primero a Maksym y luego a mí. Apartaron a Maksym a unos 50 metros para que yo no escuchara nada. Lo interrogaron durante unos 20 o 30 minutos. De repente escuché un disparo. El ocupante, que me vigilaba tumbado en el suelo para que no huyera, dijo: “Ya ves, han fusilado a tu amigo, recuerda todo lo que tienes que contarnos para sobrevivir”. Me llevaron, me pusieron de rodillas, me subieron la gorra para poder ver a la gente, todos llevaban pasamontañas, así que no puedo reconocer a ninguno.
Me preguntaron: “¿Quién eres? ¿De dónde? ¿A dónde ibas?” Preguntaron por la ubicación de nuestras tropas, yo no sabía nada de eso, ni siquiera las vi. Preguntaron qué armas teníamos. Debieron pensar que yo era artillero. Por eso preguntaron dónde estaba mi arma. Eso fue sorprendente: ¡qué arma! Cuando me interrogaron la primera vez no encontraron ningún arma, pero ahora me vuelven a interrogar. Me preguntaron si conocía a Maksym y desde hacía cuándo. Dije que no le conocía, pero me repusieron lo siguiente: supuestamente él dijo que habíamos entrenado juntos en la base militar de la OTAN en Zhytomyr. Que somos artilleros profesionales. Más tarde me di cuenta que así intentaron intimidarme. Pero en aquel momento sentí miedo.
Más tarde comprendí que estaba parado delante de una fosa donde yacía Maksym aparentemente muerto. Me arrojaron encima de él, pensé que estaba muerto.
Me apuntaron con el cañón de una carabina y me dijeron: “Habla si sabes algo interesante”. No sabía qué decir. No sabía nada, nada. Y quería vivir. Gracias a Dios, no me dispararon, me sacaron de la fosa. Y luego me hicieron preguntas estúpidas. A Maksym le sacaron de la fosa al mismo tiempo. Y nos llevaron a otra fosa, en la que luego nos quedamos. Como prisioneros. Mi interrogatorio terminó y me llevaron a la fosa con Maksym. Me alegré mucho de que estuviera vivo, de que yo no estuviera solo allí, de que no le hubieran disparado. ¿Si nos daban de comer y cómo estábamos? Sí, nos daban comida. Dos veces al día, mañana y tarde. Nos daban lo mismo que ellos comían. Era borsch diluido con agua, arroz y trigo sarraceno. Volvieron a preguntar si éramos militares. Maksym tenía problemas de salud, no recuerdo qué, y yo también pensé en mentir diciendo que tenía problemas cardíacos. Llevaba en mi mochila un botiquín de primeros auxilios, con pastillas para todo, así que mentí diciendo que tenía problemas cardíacos, que no podía combatir. Y eso me salvó.
Fue terrible estar en la fosa. Nevaba. Sin techo, estás en una fosa de 3x3 metros, donde te permitieron hacer la hoguera para mantener calor por la noche.
Por supuesto, la hoguera no duraba toda la noche. Maksym y yo simplemente nos arrimamos uno al otro para no congelarnos. Todo este tiempo en la fosa nos vigilaron. Uno o dos soldados. Por la mañana nos decían que nos traerían té y comida para entrar en calor. Y eso ayudaba. Todo el día nos quedamos allí esperando. Cuando trajeron la comida, nos dijeron que al día siguiente vendrían a vernos sus superiores. Y si había algo interesante que podíamos recordar y contarles, habría que hacerlo cuando lleguen. Pero nos quedamos en la fosa todo el día quemando leña. Sin hacer nada. La mañana del 10 de marzo nos liberaron, pero no nos liberaron de manera normal, sino que “nos desecharon”, como decían. Nos recogimos, solo nuestra ropa, nada más. Lo único que teníamos era mi mochila y nuestros documentos. Con todo esto nos llevaron al bosque.
Primero nos ataron las manos, nos taparon los ojos con gorras y nos metieron en el maletero de algún vehículo, no sé cuál. Durante todo este tiempo, sentía el cañón de la carabina presionando mis costillas. Probablemente para que no me moviera, ni hiciera nada. Como si pudiera hacer algo en aquella situación. Unos 20 minutos de viaje más o menos.
Nos soltaron en el bosque. Se desataron las manos, nos subieron las gorras y dijeron: “ ¡Corred hacia adelante! Con las manos levantadas, sin daros la vuelta. Si os dais la vuelta, disparamos”.
"Si los nuestros os pregunta quién os ha soltado, decidles que ha sido Kinzhal (Daga)”. Y nos pusimos a correr. Probablemente nunca me había sentido tan feliz de que simplemente nos devolvieran nuestra vida. Aunque todo este tiempo esperaba que todo terminara en un instante. No paraba de pensarlo. Salimos corriendo del bosque siguiendo el sol hacia Lubyanka, hacia las afueras del pueblo. Al acercarnos a la primera casa que vimos, supimos por los lugareños que el pueblo estaba ocupado por las tropas de Kadyrov que estaban deteniendo a los hombres. Revisaban teléfonos, documentos, buscaban a militares. No teníamos nada, no sabíamos adónde ir. Volver otra vez a Bucha y de allí intentar otra vez ir a Kyiv. No teníamos otras ideas. Los vecinos nos dieron algo de comer y beber. Fue genial porque por la mañana no comimos nada. Intentamos rodear a Lubyanka por diferentes lados para llegar a Bucha. Pero en todas partes estaban los militares [rusos]. Por lo tanto, desesperados, intentamos ir al puesto de control en el centro del pueblo. Por el cual, afortunadamente, estaba abierto un corredor de evacuación.
En el puesto de control nos encontramos con los militares que nos sacaron de allí, de su base. Se quedaron sorprendidos diciendo: “¿Qué os pasa?¿Queréis volver con nosotros, os ha gustado? Esperad 5 minutos, terminaremos con estos chavales y volveremos con vosotros”. En ese momento estaban revisando los documentos de unos chavales del pueblo. Nos quedamos esperando. Vimos que por el corredor pasaban algunos coches civiles. Y pedimos que nos ayudaran a subir. Afortunadamente pararon un coche y nos embarcamos. Y fuimos con esta gente desde Lubyanka hasta Jmelnytsky. Por cierto, nos dejaron nuestras tarjetas de crédito y pasaportes. Al día siguiente, en Jmelnytsky recuperé mi tarjeta SIM. Renové mi teléfono y pude llamar a mis seres queridos, amigos y familiares. Para ellos yo había resucitado de los muertos. Fue increíble.