Tío Vania, Bisonte, San Sanych: los verdugos de los prisioneros de guerra ucranianos

Los abogados del Grupo de Derechos Humanos de Járkiv entrevistaron a numerosos militares ucranianos liberados tras haber estado presos en distintas cárceles rusas. A partir de sus testimonios, se elaboró un registro de referencias a los torturadores. Por motivos de seguridad, no se revela la identidad de los ex prisioneros.
Sádicos de profesión
“Estoy tumbado en el suelo y me patean en la cabeza, saltan encima de mí. Me arrastré unos 30 metros y, durante todo ese tiempo, me golpeaban y me electrocutaban con una pistola”, recuerda un ex prisionero de guerra al describir uno de sus días de cautiverio.
¿Y cuántos días como ese habrá vivido cada uno de los ucranianos que estuvieron —o siguen estando— en manos de sus verdugos rusos?
Los encargados de torturar a los ucranianos son agentes de las fuerzas especiales rusas (spetsnaz), empleados del Servicio Penitenciario Federal, no solo son guardias, sino también médicos, guías caninos y también agentes del Servicio Federal de Seguridad (FSB). En ocasiones, aunque con menor frecuencia, los ex prisioneros aseguran que sus verdugos eran militares rusos o milicianos de las llamadas repúblicas separatistas.
“Nos pegaban palizas las fuerzas especiales y empleados del Servicio Penitenciario Federal”, relata un testigo. “Los del Servicio Penitenciario vestían uniformes azules. También había guardias con perros: los metían en jaulas, tomaban herramientas y participaban en las palizas y torturas de los prisioneros.”
Otro ex prisionero añade: “Los de Seguridad Federal llevaban parches del FSB y uniformes negros. Y también había milicianos que se identificaban como los de la república separatista. Los chechenos eran más humanos: respetaban a las personas mayores y no golpeaban a los heridos.”
Tras ser capturados, los ucranianos podían pasar varios días en lugares insalubres: graneros, hangares o corrales. Las condiciones eran terribles, pero, como señalan varios ex prisioneros, “al menos allí no nos pegaban palizas”. Posteriormente, eran trasladados a instituciones penitenciarias o centros de detención preventiva en los territorios ocupados, como Olenivka. Allí se decidía su destino: una semana después, eran distribuidos entre centros de detención y colonias penitenciarias dentro de la Federación Rusa.
Con el tiempo comenzaba un nuevo “viaje”, más profundo en el territorio del Estado agresor. Cuanto más lejos estaban de su patria, más cruel era el trato que recibían. A menudo, los verdugos acompañaban a sus víctimas en esa especie de “gira”.
Verdugos itinerantes
“Cuando estábamos en Mordovia, reconocimos a representantes de las fuerzas especiales que habíamos visto en Briansk por sus voces”, cuenta uno de los soldados ucranianos liberados. “Estos agentes nos hacían los “controles”, nos llevaban a los “paseos” y a las “duchas”.”
Otros testimonios coinciden. Los ex prisioneros recordaban el apodo de uno de los guardias que los acompañó en numerosos traslados: Bisonte.
Cabe señalar que esas rutinas, aparentemente inocentes —“paseos” y “duchas”—, nada tenían que ver con tomar aire fresco o asearse. Casi siempre escondían otra cosa: la obligación de caminar agachado, torturas en el patio, duchas con agua helada y afeitarse en pocos minutos, bajo amenaza de castigo. Y, por supuesto, las palizas interminables.
Según los defensores de derechos humanos, Rusia ha creado equipos especiales del FSB que recorren distintas instituciones penitenciarias para torturar de manera “profesional” a los prisioneros ucranianos. A estos torturadores itinerantes se les conoce, a veces, como los comisionados. Se distinguen por su crueldad extrema y por actuar con total impunidad.
“Llegaron los comisionados,” recuerda un prisionero de un campo en Mordovia. “Había un tipo que, durante la inspección y el baño, golpeaba brutalmente a todos con un tubo de plástico. Nos golpeaba en la espalda y en las piernas. Las heridas sangraban y, cuando cicatrizaban, parecían quemaduras. Esto ocurría a diario, a veces dos veces por día, durante un mes entero. Ese empleado nos obligaba a hacer entre 1.000 y 2.000 sentadillas. Desde finales de junio hasta mediados de agosto de 2023 vinieron los comisionados que golpeaban exclusivamente a los militares de la marina. Los obligaban a simular que nadaban, gritándoles que les pillaba un pez raya, y les daban descargas con la pistola eléctrica. A uno de ellos le decíamos Tok-tok, porque siempre llamaba así a la puerta. Un compañero suyo, durante una paliza, amenazó con matar a dos o tres prisioneros, diciendo que nadie lo culparía, porque nos registrarían como “muertos por Covid”.”
Según los defensores de derechos humanos, la presencia de estos equipos especiales itinerantes demuestra que la tortura de prisioneros ucranianos forma parte de la política del Estado ruso.
“Probablemente fueron ellos quienes torturaban, mientras otros empleados del Servicio Penitenciario Federal simplemente colaboraban”, explica Mykhailo Romanov, autor del estudio “Tortura de prisioneros de guerra ucranianos en centros de detención de la Federación Rusa”. “Si esto es así, podemos afirmar con seguridad que existía una orden o mandato para llevar a cabo esta persecución sistemática, causando daños máximos, intimidando y humillando a los ucranianos. A su vez, esto muestra la existencia de acciones coordinadas dentro de una política deliberada contra nuestros prisioneros.”
Tío de Taganrog
El centro de detención preventiva n.º 2 de Taganrog ha vuelto a las noticias. Allí estuvo retenida durante mucho tiempo la periodista ucraniana Viktoriya Roshchina, un hecho que permaneció oculto durante meses.
Las autoridades policiales ucranianas acusaron, en ausencia, al exdirector del centro, Aleksandr Shtoda, de la sospecha de tratos crueles contra la población civil, presuntamente cometidos por un grupo de personas en connivencia, en virtud del artículo 28, apartado 2, y del artículo 438, apartado 1, del Código Penal de Ucrania.
“Durante el interrogatorio me golpearon con los puños y con los pies,” dice N. “Por lo que entendí, quien me interrogaba era un policía local, junto con dos agentes de las fuerzas especiales. Ese policía fingía ser “el bueno”, mientras que los otros dos eran “los malos”. Mientras hablaba conmigo nadie me golpeaba, pero en cuanto salía de la sala, ellos comenzaban. Al entrar, incluso preguntaba: ¿Por qué le estáis pegando?... El interrogatorio duró unas dos horas; durante todo ese tiempo ese policía entraba y salía, y los dos agentes me seguían golpeando”.
También muchos ucranianos recuerdan a un empleado del centro de detención preventiva de Taganrog apodado “Tío Vania”. Era un hombre corpulento, antiguo boxeador, que ahora practicaba sus habilidades con quienes no podían defenderse.
En el centro de detención preventiva de Kamyshin (región de Volgogrado), según los ex prisioneros, les custodiaban los chechenos. Sus rostros estaban cubiertos con máscaras y los presos no podían levantar la cabeza, por lo que nunca veían a sus verdugos. Solo lograban averiguar sus nombres por casualidad.
“Me daban descargas con una pistola eléctrica en las piernas y los glúteos; la mantenían activada durante unos segundos, luego la presionaban contra mi cuerpo y la recorrían por mi espalda desde el cuello hasta el coxis; también pasaban las descargas por los dedos. Cuando cambiaban el turno escuché el nombre “Inspector Mikhailov”“, relata M.
Otros prisioneros también recuerdan a este inspector, así como a un comandante alto y delgado, representante del Comité de Investigación, que acudía a realizar interrogatorios.
En los testimonios sobre el centro de detención n.º 2 de la ciudad de Riazk (región de Riazán) aparecen dos apellidos: el del agente del FSB Galitski y el del empleado del centro Pavel Bykov. De los demás solo se conocen nombres o apodos: Sasha, San Sanych, Roman, Maksim y el “Teniente coronel Semyechkin”. Un tal Zhenya era especialmente conocido por su crueldad: apagaba las cámaras de videovigilancia del pasillo, sacaba a los prisioneros y los golpeaba por puro placer.
“Una vez Zhenya me golpeó tan fuerte que tuvieron que llevarme a urgencias”, cuenta A.
“Había dos empleados del Servicio Penitenciario, entre ellos Zhenya, y el tercero era oficial de las fuerzas especiales. Nos golpearon en el pasillo, con manos, pies y codos por todo el cuerpo, aunque sin darnos en la cabeza. Nos golpearon durante cinco o diez minutos. Creo que ese oficial de las fuerzas especiales era boxeador tailandés, porque nos golpeaba con mucha fuerza y precisión profesional”.
En el centro de detención preventiva de Kashin (región de Tver), el trato no era mejor.
“En la recepción me golpearon con un martillo de madera en las costillas, la cabeza, la espalda y el cuello, dejándome cubierto de moretones. Me golpeó un tal Aleksandr Romanovich, un oficial del cuerpo. Era bajo y siempre andaba con un martillo”.
Los ucranianos mencionan numerosos nombres en clave de las fuerzas especiales que participaron en las torturas en Kashin: Yermak, Plyemyash, Losyak, Baikal, Kovbasa, Valdai y Tikhy. También recuerdan a Andrey, un empleado rubio del centro de detención que llevaba un reloj de oro y un iPhone 10 rojo. Los miembros de las fuerzas especiales solían estar bajo los efectos del alcohol o drogas y, según los testimonios, su comportamiento era agresivo e impredecible.
Mordovia. El Doctor Malvado
Torturas atroces, hambre, la obligación de permanecer inmóviles durante horas, condiciones de vida infrahumanas, falta de higiene y ausencia total de atención médica: por esto la prisión n.º 10 de Mordovia es considerada una de las peores de toda la Federación Rusa.
“Los guardias de turno del centro de detención iban borrachos; nos dieron la orden de “correr sin movernos”, y corrimos durante dos o tres horas,” dice O. “Luego se olvidaron de nosotros, y cuando regresaron, se sorprendieron de que todos siguiéramos corriendo. Después, ya dentro de la celda, abrieron una ventanilla en la puerta y obligaron a todos a asomar la cabeza; a los que lo hicieron, los guardias golpeaban con porras de goma, hasta causar conmociones cerebrales. Todos sufrían náuseas, mareos y hematomas”.
Los interrogatorios allí recibieron el nombre de “Gestapo”; pocos regresaban ilesos. En esta prisión se encargaba de las torturas un tal Zhuravliov, junto con otros con los alias Baikal, Tinky-Winky y Kamaz. Pero los recuerdos más amargos están relacionados con un médico local, famoso por su trato inhumano hacia los prisioneros. Lo apodaron “Doctor Malvado”.
“En la colonia había tres médicos que se turnaban. Uno de ellos era el Doctor Malvado. Si tenías problemas de salud, te “trataba” con descargas eléctricas. Un día, uno de los prisioneros se sintió mal y se desmayó. Llamamos a un médico. Oímos sus gritos terribles todavía en el pasillo: daba descargas con su pistola eléctrica a todos gritando: ¿Cómo os atrevéis a llamarme? ¡Ahora mismo los curo a todos!. También le oímos decir que no entraría en nuestra celda porque sabía quiénes habían estado allí antes —presos rusos enfermos de tuberculosis”.
“Te obligaba a sacar la mano por la ventana (para pegar tu pastilla —ed.) y te electrocutaba con una pistola táser preguntando: ¿Ya te sientes mejor?. Tenías que responder que sí; si no, aumentaba la potencia y te volvía a electrocutar”.
Los periodistas de Radio Svoboda lograron identificar al Doctor Malvado: se trataba de Ilya Sorokin, de 34 años, padre de dos hijos. Recibió una distinción “por el desempeño diligente de sus obligaciones civiles y su participación activa en la vida del equipo”. En 2024 se incorporó al servicio militar.
Los defensores de derechos humanos consideran que la dirección del centro penitenciario no podía desconocer lo que ocurría y debe asumir plena responsabilidad por las torturas y violaciones de los derechos de los prisioneros.
Hasta el 13 de marzo del año pasado, el centro penitenciario Nº10 fue dirigida por Sergey Zabaikin, y desde entonces por Aleksandr Gnutov. Sus adjuntos son Aleksey Anashkin, Yegor Averkin, Aleksandr Grishanin, Ivan Veshkin y Semyon Kuznetsov.
Los abogados del Grupo de Derechos Humanos de Járkiv concluyen que los ciudadanos rusos no solo violan flagrantemente el Convenio de Ginebra relativo al trato de los prisioneros de guerra, sino que también cometen un crimen de guerra: la tortura. Además, existen sólidas razones para creer que este trato forma parte de una política estatal sistemática y coordinada, cuyo objetivo es la destrucción física y la humillación de los defensores ucranianos. Así lo demuestra la naturaleza sistemática, generalizada y reiterada de los crímenes que Rusia comete contra quienes mantiene en su cautiverio.