Un médico de Jersón: pasar por un detector de mentiras por ser proucraniano
Recuerdo que a las 6 de la mañana me llamaron mis compañeros del municipio de Genichesk diciendo que ya estaban bombardeando el puente Chongar y la ciudad de Genichesk. Entendimos que teníamos que hacer algo. Había mucha desesperación, mi familia y yo estábamos decidiendo qué hacer. Los vecinos también se ponían cada vez más nerviosos: todos escuchaban la radio. Como siempre, fui a trabajar. Todos los empleados se reunieron en el trabajo, también escuchando las noticias. Ya sabíamos de los bombardeos de Kyiv, Járkiv y otras ciudades. Entendimos que había que trabajar y esperar anuncios oficiales.
Se sabía que las autoridades gubernamentales y del orden ya habían desaparecido de la ciudad y nos quedamos solos, sin protección. Ellos [los rusos] entraron en Jersón aproximadamente el 1 de marzo. Y ya el 6 o 7 de marzo aparecieron en el territorio del hospital. A través de los empleados pidieron una reunión conmigo como gerente.
“Necesitamos que desalojen parte del local. El comando de la Federación Rusa ha decidido establecer aquí un hospital militar para los rusos”.
Les dije que era imposible, no podemos desalojar a niños, mayores, otros pacientes. Dijimos que había muchos enfermos de COVID. Después aparecieron los agentes rusos vestidos de civiles: representantes rusos de los Servicios de Seguridad Federal (SSF) especiales, que empezaron a interactuar con el personal, conmigo, animándonos a cooperar. Tuvimos tres reuniones así. En vísperas de festivo, para ellos el 9 de mayo era fiesta, nos trajeron el periódico ruso Komsomolskaya Pravda para repartirlo entre médicos y pacientes. Les dije: “Está bien, déjenlo, luego lo repartiremos”. Por la noche destruimos [quemamos] todos estos periódicos, cosa que por algún motivo llegó a su conocimiento. Es decir, alguien denunció esta situación. Hubo otro caso: escondimos a nuestros muchachos. Algunos murieron, otros resultaron heridos en el parque de lilas. Eran de defensa territorial.
¿Tengo entendido que estaban incluso desarmados?
Sabe, algunos estaban armados. Nos trajeron a los muchachos heridos, eran cuatro o cinco, a dos de ellos los transferimos a instituciones especializadas. Pero tenían sus metralletas.
Es decir, iban con metralletas contra tanques.
Los registramos como civiles, así que cuando los oficiales de Servicios de Seguridad Federal (SSF) llegaron y exigieron su documentación de soldados de defensa territorial, venían los médicos a ver sus historiales, pero allí estaba escrito que eran residentes locales que habían sufrido bombardeos. Esto también de alguna manera llegó al conocimiento de los oficiales de SSF y ellos me presentaron sus cargos. Tengo una posición proucraniana y muestro resistencia a las autoridades rusas. Ese fue el motivo para suspenderme. También exigieron que retirara la bandera ucraniana del edificio.
¿Estaba en el tejado?
Había una bandera ucraniana en el tejado frente a la recepción, y él [el ruso] la vio. Encendió su móvil y con la cámara encendida me ordenó que la quitara. Dije que no lo haría, que podía llamar a sus soldados a hacerme algo, pero no lo haría. Me miró de reojo diciendo: “Bueno, estás arriesgando tu vida ¿no tienes familia?”. Le dije que sí, que tenía familia, pero no lo iba a hacer. Al concordó y dijo que vendría a las 5 de la tarde (conversamos por la mañana) para ver que la bandera ya no estaba. Pero esta bandera permaneció hasta el 7 de junio, cuando me suspendieron en el cargo.
Un día volvieron los oficiales armados del SSF. Acompañados por representantes de las autoridades colaboracionistas designadas para la ciudad de Jersón. Eran los representantes de Saldo [gobernador colaboracionista] y sus secuaces. Llegaron y me dijeron: “O firmas el papel de cooperación con nosotros, o te vas. Por tu posición proucraniana, por haber quemado los periódicos, por incitar contra el gobierno ruso, te detendremos”. Y enseguida me suspendieron. Me sentí mal, me subió la presión arterial. Los médicos del hospital, presentes en aquel momento, empezaron a reclamar: “¿Qué están haciendo? Le va a dar un derrame cerebral o un infarto. Hay que ingresarlo”. Ellos concordaron y me acompañaron a nuestro hospital.
¿Intentaron detenerle en su casa o en el hospital?
Fue en el hospital, en mi despacho. Convocaron una reunión y dijeron que me suspendían, me detuvieron y me querían llevar a Perekopsk; allí había un centro de detención. Pero ya le dije que los médicos del hospital y mis adjuntos, que estaban conmigo en aquel momento, salieron en mi defensa diciendo que yo tenía problemas de salud, mi presión realmente subió mucho. Había un médico ruso entre ellos, según tengo entendido, no era de los colaboracionistas, sino un médico ruso. Dio la orden de ingresarme y dejarme en observación.
Se designaron colaboracionistas para registrar la empresa de acuerdo con las leyes rusas. Prohibieron toda la comunicación en ucraniano. Obligando a documentarlo todo sólo en ruso, etc. Todo esto se llevó a cabo por la fuerza, bajo el control de los agentes del SSF, presentes aquí casi a diario para controlar las actividades del hospital. Actividades financieras, clínicas, organizacionales y de gestión. Todo estaba controlado por agentes federales rusos. Y luego, mientras estaban en el hospital, me vigilaban a mí también. En algún momento, entendí que estaban turnándose: se fueron unos y vinieron otros con sus historias. Iban familiarizandose con todo y cuando llegó mi vez, me escapé del hospital.
Huí y me iba escondiendo en la ciudad de Jersón, en Oleshki y en otras ciudades. Sabía que me buscaban porque entraron en mi apartamento. Se llevaron mis cosas y documentos.
Abrieron el garaje. También se llevaron algunas cosas. Me enteré que me estaban buscando. Me iba escondiendo en diferentes lugares, pero el 20 de septiembre me pillaron en la calle. Me vendaron los ojos, llamaron a una persona que me conocía para confirmar que era yo, un tal Remyga que trabaja en tal sitio. Todo esto acompañado de un convoy, de 5 o 6 soldados armados, tres oficiales federales, todos de uniforme. Cuando me vendaron los ojos, me di cuenta de que me llevaban al centro de prisión preventiva, porque conozco muy bien la ciudad de Jersón. Y así fue. Cuando me llevaron al centro de prisión preventiva, me registraron. Se llevaron todas mis cosas, mi teléfono y mi coche, porque me detuvieron conduciendo. Se llevaron el coche. Mi otro coche se lo llevaron del aparcamiento ya en proceso de interrogatorio. Y no los devolvieron. Bueno, esto es otra cosa.
¿Se los robaron?
Pues sí. Me robaron muchas cosas, saquearon mi apartamento.
Me metieron en un calabozo. Con los muchachos ucranianos. Allí me reconocieron. “¿Qué haces aquí, eres médico?” “Bueno, por mi posición”. Más tarde, durante los interrogatorios y las acusaciones, me di cuenta de que la posición proucraniana se había convertido en el principal incentivo para quebrar mi moral. Bueno, la posición proucraniana está bien. ¿Y si te dicen que te subías al tejado de tu hospital, lanzando drones y pasando la información al ejército de Ucrania?
¿Le dijeron eso?
Sí y que mi hijo trabaja en el ayuntamiento, patrocina el “Sector Derecho” y pasa dinero a las Fuerzas Armadas de Ucrania. Supuestamente participé en un atentado contra los colaboracionistas locales. Y más cosas. Ya sabe, tenían que argumentar mi culpabilidad como sea, probablemente para poder informar a sus superiores. Había muchas personas diferentes en el calabozo. Las conocí, charlé con ellas y me di cuenta que eran hombres muy fuertes. Eran patriotas de verdad: personas que de alguna manera lucharon por la independencia de Ucrania. Había veteranos de esta guerra, antiguos militares.
Allí murieron muchas personas. Lo sabíamos, se hablaba de esto. Había gritos, chillidos y torturas todos los días. También había cámaras para mujeres.
Me llamaban para brindar asistencia médica. Una vez el director de este centro de prisión preventiva me dijo: “Lamento mucho dejarte salir”. Yo le pregunté: “¿Por qué?” “Te necesitamos, eres médico, aquí no podemos llamar una ambulancia”. Por un lado, nuestros muchachos realmente necesitaban mi ayuda. Y por otro lado, estar allí, ya sabe, fue una tortura. Mi familia no sabía dónde estaba. No había información, la gente del hospital se enteró de mi estancia allí casi una semana después. Me dijeron: “Hay dos opciones: o comprobamos la información pasando por el detector de mentiras (polígrafo) o no la comprobamos, y usted queda libre. Si el poígrafo confirma la información, hay dos opciones: tribunal o pena de muerte en Simferopol o sentencia de prisión de muchos años”.
El día 3 vinieron a buscarme y me llevaron. Me llevaron a una institución donde realizaban interrogatorios con el polígrafo. Allí estaban los especialistas en polígrafo que mantuvieron una conversación conmigo. Y luego realizaron este interrogatorio y después esperé unos 10 minutos. Se reían diciendo: “Entonces, te vuelves a la prisión preventiva, ¿estás listo?” Y yo les respondí: “¿Acaso tengo otras opciones?” “Pués no, no has pasado la prueba, el cargo está confirmado”. Y luego, al cabo de un rato, vuelve y me dice: “No, estás libre”. “¿Como que libre?” “Sí, puedes salir de aquí e irte a casa. Vente en tal fecha, te devolveremos los documentos.” Y efectivamente, el día 4 o 5 (era octubre), llegué a la hora acordada, esperé mucho, pero me devolvieron los documentos y un teléfono. Me quitaron el segundo teléfono. Dijeron que no debería aparecer en el hospital.
Luego comenzó el proceso de evacuación, recibía mensajes y SMS diciéndome que debía salir. Aparecieron en mi casa tres o cuatro días antes de la liberación de Jersón, probablemente ya fue en noviembre. Dijeron que el día 8 o 9 debería estar en tal sitio, llevar encima dinero, documentos, comida para un día, para evacuarme. Sería una evacuación a la fuerza. Yo dije: “Hagamos un acuerdo, yo voy a salir por mi cuenta, si me dais un auto, iré con vosotros al otro lado conduciendo el auto”.
No conseguí engañarlos, me dijeron: “No, te irás junto con nosotros”. Al día siguiente desaparecí de nuevo.
El vecino dijo que vinieron y le preguntaron dónde me había ido. Pero me escondí, sabía que estaban a punto de irse, y efectivamente se fueron el día 9. El día 10 se quedó todo en silencio. Y el día 11 ya entró nuestro ejército. Hablé con la gente, con los vecinos y con los conocidos, estábamos seguros de nuestra victoria. Cuando vi desde el balcón (fue el día 11) que entró un coche con el himno de Ucrania sonando y con la bandera ucraniana, nadie se lo creía. Pensamos que era una especie de puesta en escena rusa. Y luego, cuando bajamos y vimos a los muchachos de uniforme ucraniano y hablando nuestro idioma, se nos llenaron los ojos de lágrimas. De verdad [así fue].
¿Cuándo volvió al hospital?
Al día siguiente fui al hospital. La gente me recibió y levantamos una bandera. Los colegas me recibieron con nuestra bandera ucraniana.
¿Cuál fue el ambiente después de la liberación?
¡Pero si fue una fiesta! Una gran fiesta.
¿Y qué pasó en el hospital?
Un trabajo normal, al encontrarnos nos besábamos, nos abrazábamos, estábamos felices. Había mucho trabajo duro con las consecuencias [de la ocupación rusa]. Los ocupantes nos robaron, se llevaron algunos equipos, ordenadores y todos los documentos. Había que renovarlo todo, poner el orden. La gente se había marchado: muchos médicos, mucho personal se había ido. Era necesario volver a la normalidad de alguna manera, arreglarlo todo. Hacerlo como sea, juntando nuestra alegría por la victoria, nuestra ciudad libre nos unía.
Tengo hijos, nietos, familia. Desafortunadamente, mis padres ya fallecieron. Fue una invasión tan traicionera, no la esperábamos.
Algunos de mis familiares viven en Rusia y, después de 2014, nuestras visiones uno sobre el otro cambiaron mucho. Me di cuenta de que no podemos ser como ellos. En absoluto. Toda mi familia era proucraniana, a pesar de que mi esposa había nacido en Rusia. Ella era proucraniana, nuestros hijos y nietos eran proucranianos. Y el equipo médico, bueno, una parte del equipo con que trabajé, también. Vi que la gente creía tanto en la victoria, creía tanto en nuestra Ucrania, que no podía traicionar a mi gente.
¿No se trata sólo de la administración, sino también de los médicos corrientes?
Sí, los médicos corrientes. Nuestra gente. Y la gente que acabó en la orilla izquierda [en ocupación], la mayoría, sabe usted, mantienen contacto con el hospital. Están esperando ser liberados.