El sacerdote Víctor Marynchak: No estoy acostumbrado a tener en la iglesia cuatro ataúdes de militares
El padre Víctor es un hombre legendario en Járkiv. Tras ser profesor universitario de lengua rusa desde 1968, en 1991 de repente se ordenó sacerdote de la casi única iglesia proucraniana en Járkiv que irritaba al Patriarcado de Moscú.
Una vez cerca de este edificio con una historia extraordinaria cayeron los proyectiles rompiendo cristales. “No obstante, las paredes no se movieron”, dice el padre Víctor, recordando que en aquel momento ni él ni sus feligreses no tenían miedo.
Seguimos con las reflexiones de Víctor Marynchak sobre el control emocional, su expiación personal, la reforma de la iglesia, la dignidad y la libertad.
Nos despertamos todas las mañanas de marzo escuchando la ametralladora sabiendo que la situación estaba fuera de control. Pero esto no sacudió nuestros cimientos. Pero cuando llegaron las primeras noticias sobre Bucha e Irpin...
Es tremendamente difícil. Creo que será difícil hasta el final de esta guerra y luego habrá otras dificultades. Estamos condenados a la muerte o a la victoria. No aceptamos la muerte, así que habrá victoria. Pero hay problemas muy serios...
Se acumulan las pérdidas, la amargura. Te vas acostumbrando a algo duro y algo pasa a ser simple estadística. Son cosas aterradoras. Pero suceden. No debemos hacer la vista gorda. Uno tiene que mirarse directamente al alma consciente de que allí las cosas no pueden estar bien. Porque el principal objetivo de nuestro enemigo es nuestra alma. Y allí no está todo bien.
Me hago una pregunta, la misma pregunta que hace muchos años me hizo un niño cuya madre había fallecido ante sus ojos ¿Y dónde estaba tu Dios? Me hago la misma pregunta. ¿Dónde estaba Dios cuando sucedió lo de Bucha, lo de Irpin, lo de Izyum, lo de Balaklia, lo de Tsyrkuny? ¿Dónde estaba tu Dios? No tengo respuesta. No hay una respuesta sencilla y directa. No hay ninguna.
La cuestión es cómo estos hechos afectan tu alma. A mí me socavaron los cimientos de mi visión racional del mundo. Por supuesto, mi visión racional se basaba en los mandamientos. Una visión humanista del mundo, claro. Se trata de una cosmovisión centrada en el ser humano, en el hombre como centro del universo. Un hombre que tiene su dignidad. Su amor. Sus derechos, su creatividad, su inspiración. La cosmovisión que nos dejó Jesucristo. Y esta visión del mundo de alguna manera suponía que con el tiempo las personas se tratarían cada vez mejor, de forma más humana. Que se aplicarían algunas reglas y derechos. Pero no hay reglas. Ni derechos. Nada funciona en un mundo dominado por el imperio del mal.
Emociones
Una vez, hace 20 años, un médico me midió la presión arterial y dijo: “¿Por qué su presión arterial baja está tan alta?”. Entonces pensó y dijo: “¡Será adrenalina!”. Vivo con adrenalina todos los días.
Hace tiempo casé a una persona aquí. A un guerrero. Y luego me tocó enterrarlo. Aquí, en el vecindario, vive una familia durante los 32 años de mi servicio. Enterré al bisabuelo, a la bisabuela, al abuelo y al nieto de este abuelo, un chaval de dieciocho años. Conozco a esa familia. No lloro tan fácilmente. Pero esta vez no pude aguantarme. Abracé a su abuela, nos quedamos unos minutos llorando en el cementerio. Y luego comencé la misa funeraria.
No le cuento a nadie ni la décima parte de lo que he vivido. Porque tengo la gracia del sacerdocio que me ayuda a llevar esta cruz. Y la gente no tiene la gracia del sacerdocio, no tiene protección. En su momento lo sentí: cómo la gracia del sacerdocio te protege. No es un decir, esta es la realidad que estoy viviendo.
En un funeral soy la única persona que debe mantener la calma de principio a fin. Tomar control de mí mismo y de la situación. Es decir, no es no sentir la emoción, es la capacidad de suprimir las emociones negativas y destructivas; es esencial. Y al revés, cultivo mis emociones positivas. Hoy he tenido dos bautizos: son impresiones muy luminosas, de pura y contagiosa alegría. Las emociones siguen apareciendo. No es que perdamos las emociones... No estoy acostumbrado a enterrar a la gente. A tener aquí cuatro ataúdes, como en el caso de nuestros militares. Y junto a uno ver a una amiga mía de hace tiempo, a la que conozco desde hace 30 años, el difunto es su familiar. Todo esto es imposible de superar. Pero es posible controlarte, es posible mantener la calma.
Creo, por ejemplo, que la característica de un creyente es el equilibrio y la fe infundada, aquí destaco “infundada”, en que todo estará como debe estar. No sé si estará bien o mal, sino “como debe estar”. Correctamente. Siguiendo la voluntad de Dios. Y la acepto total e incondicionalmente. Y no tengo nada que temer. Y es por eso son útiles las situaciones de crisis, hay que admitirlo. Porque enseñan a orar y a buscar actitudes resilientes. Es muy importante.
Expiación
Soy colaboracionista. Sí, no muy activo, pero lo era. A decir verdad, en el ámbito de la educación y la cultura era imposible sobrevivir sin ser colaboracionista. Trabajé en el ambiente universitario desde 1968. Y más de veinte años en la enseñanza es algo serio, ya me entiende. Y mi vida posterior es intentar compensarlo de alguna manera, cambiando mi actitud, mis principios, mi comportamiento. Y vivir de forma diferente. No como vivía en la época soviética. Por eso me hice sacerdote. De alguna forma tenía que expiar mi culpa.
El enfoque individualista y personalista del cristianismo me resultó muy cercano. Y entiendo que el cristianismo no se dirige a las masas, se dirige a cada persona individualmente. Y está buscando una manera de salvar a cada individuo. Aunque sea culpable de algo, aunque haya cometido un error o se haya caído: cada uno necesita que le ayuden a levantarse y a cambiar su vida. Necesita que le ayuden a convertirse.
Reforma
El caso es que hay iglesias protestantes más nuevas que se están reformando a un ritmo muy rápido. Es su particularidad. Son nuevas. No tienen 2.000 años de historia. Y esta historia no las presiona. Y nosotros tenemos una historia de 2.000 años. No tenemos prisa. No tenemos prisa por reformarnos.
Nuestras reformas deberían estar relacionadas, en primer lugar, con el servicio social. Ahora tenemos varios capellanes jóvenes en cada misa. Tienen una misión extraordinaria. Todos los días ven aquellos que van a luchar. Y necesitan escucharlos, confesarlos y rezar por ellos. Y enterrar a alguien. Y estar cerca en el espíritu. Y ofrecer la oportunidad de confiar en el sacerdote como fuente de algún poder espiritual. Es necesario.
El cristianismo es la religión más trágica del mundo que prevé la muerte de todo lo bueno. Como escribió un teólogo sobre nuestra derrota: “Los cristianos están condenados a la derrota porque no pueden utilizar todos los medios, porque seleccionan los medios”. La historia de nuestra iglesia es la historia de una persecución de dos mil años. No hace mucho éramos una iglesia perseguida, de una forma u otra. Y no debe sorprendernos que tengamos a tantos mártires.
Dignidad
Ya sabe, los fundamentos de la sociedad moderna priman los derechos humanos, el estado de derecho, el respeto a la libertad y a la dignidad del hombre: todo esto se basa en la visión cristiana de la vida, en la visión cristiana del hombre. Y por eso, en los primeros días del Maydan, en diciembre de 2013, cuando ya estuve allí no como un ciudadano común, sino cuando me pidieron que viniera como sacerdote; fui y expliqué que nuestras exigencias de la libertad y la dignidad eran, obviamente, exigencias cristianas.
Hay que ir hasta el final, preservando la libertad y la dignidad. Creo que este es el significado y el propósito de la existencia humana. Siendo la imagen de Dios. Dios es amor. Dios es luz, Dios es libertad, Dios es verdad, por ejemplo. Se igual que él: portador de libertad, de luz, de verdad y de amor. Represéntalo, confírmalo. ¿Qué más necesitas?
Ya sabe, cuando una persona muere, a nadie le importa la lista de sus publicaciones, ni sus logros, ni sus credenciales. Todo el mundo recuerda a la persona y su imagen. Tiene que irradiar luz. Es lo más importante.
Puedo decir que he visto a muchas personas al borde de la vida y la muerte, mostrando una dignidad extraordinaria. Y una luz extraordinaria. Y eso me inspira. Me trae alegría y paz, me da confianza. Porque resulta que es posible, llegar así hasta el final. Así me programo yo también. Y las actividades que hacemos ya son asuntos más prácticos.