Paz, Memoria, Libertad: Conferencia Nobel del Memorial

Discurso del Premio Nobel de la Paz 2022, la Sociedad Memorial, leído por Yan Rachinski en Oslo el 10 de diciembre.
30 Diciembre 2022UA DE EN ES FR IT RU

Голова правління “Міжнародного Меморіалу” Ян Рачинський © Nobel Prize / YouTube Jan Raczynski, Vorstandsvorsitzender von Memorial International © Nobel Prize/YouTube Jan Rachinsky, chairman of International Memorial © Nobel Prize / YouTube Presidente de la Junta Internacional Memorial Yan Rachinsky © Nobel Prize / YouTube Le président de “Memorial International” Ian Ratchinski © Nobel Prize / YouTube Председатель правления “Международного Мемориала” Ян Рачинский © Nobel Prize / YouTube

Presidente de la Junta Internacional Memorial Yan Rachinsky © Nobel Prize Outreach AB, Production: NRK

Su Majestad, Sus Altezas Reales, Damas y Caballeros, queridos amigos.

En primer lugar, en nombre de la Sociedad Memorial, permítanme agradecer al Comité Nobel noruego por otorgar el Premio Nobel de la Paz de este año a nuestra Sociedad.

Estamos especialmente agradecidos al Comité Nobel por compartir este gran honor con el Centro para las Libertades Civiles ucraniano y con el valiente activista bielorruso de derechos humanos Ales Bialiatski. Esta decisión del Comité tiene un importante significado simbólico: enfatiza que las fronteras estatales no pueden ni deben dividir a la sociedad civil. Y para nosotros, esa proximidad representa un premio adicional.

La Sociedad Memorial existe desde hace 35 años. Hoy, sus sucursales operan en muchas regiones de Rusia, en Ucrania, y en varios países de Europa Occidental. El Premio Nobel otorgado a nosotros es mérito de cada una de estas organizaciones, de miles de personas que participan en sus actividades: sus miembros, colaboradores, voluntarios, participantes en eventos públicos. Es mérito de los que ya no están con nosotros. Especialmente de aquellos que crearon nuestra Sociedad y la convirtieron en lo que es hoy: Andrei Sakharov, Arseny Roginsky, Sergei Kovalev y muchos otros. También es su premio.

Nuestro trabajo se realiza en dos terrenos de igual importancia.

El primero es la recuperación de la memoria histórica sobre el terror del estado. Realizamos investigaciones de archivos, buscamos lugares de ejecuciones y entierros, recopilamos nuestros propios registros, bibliotecas, colecciones de museos, publicamos libros y organizamos acciones públicas de memoria. Realizamos exposiciones, congresos y seminarios científicos, trabajamos con la juventud. Creamos bases de datos de las víctimas del terror y de los que llevaron a cabo este terror. Hablamos de la persecución de los disidentes, de la resistencia intelectual, civil y política al totalitarismo.

El segundo es la lucha por los derechos humanos en la era post soviética. Es la recopilación, el análisis y la publicación de información sobre las violaciones de derechos humanos en lugares de conflicto: Nagorno Karabaj, Transnistria, Tayikistán, zona del conflicto entre Osetia e Ingushetia, Chechenia, Donbás. Es la búsqueda de personas desaparecidas, la investigación de ejecuciones extrajudiciales y de así llamadas “desapariciones”. Es la ayuda a los refugiados y desplazados internos. Es el seguimiento de la persecución política y la asistencia legal a los presos políticos, de los que no hay menos en la Rusia actual que en la URSS al comienzo de la perestroika. En cierto sentido, es una continuación de la lucha por la libertad, que no se detuvo durante los años del poder soviético: aquí se juntan el pasado y el presente.

En mi discurso, me gustaría tocar algunas cuestiones clave.

La primera cuestión es la correlación entre la abogacía de derechos humanos y el trabajo histórico de Memorial.

Hace doscientos años, Pushkin vio la base de la “independencia del hombre”, su dignidad y libertad personal en su relación a la pertenencia al pasado, en su amor “por las cenizas patrias” y por las “tumbas ancestrales”. La obra de Memorial también es un vínculo indisoluble entre la memoria y la libertad.

Lo particular de nuestro trabajo no solo radica en estar comprometidos con la investigación y documentación de las tragedias del pasado y con los conflictos sociales actuales. Investigamos y documentamos los crímenes. Los crímenes del estado contra el hombre y contra la humanidad ya cometidos o en curso. Y como causa fundamental de estos crímenes se nos presenta la sacralización del poder estatal como valor supremo, la prioridad absoluta de lo que este poder considera como “intereses del estado” sobre el individuo, su libertad, su dignidad y sus derechos. Este sistema invertido de valores, donde la gente es sólo un material desechable para resolver los problemas del estado, dominó nuestro país durante setenta años.

Una de las consecuencias obvias de la sacralización del estado es la vuelta a las ambiciones imperiales. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial se manifestó por los ataques a Polonia y Finlandia, por la toma de los Países Bálticos, por la anexión de Besarabia y la Bucovina del Norte. El dominio posguerra en los países de Europa del Este, la invasión de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968, la guerra en Afganistán son manifestaciones de las ambiciones que siguen vivas hoy.

Otra consecuencia es la impunidad no solo de los toman las decisiones políticas criminosas, sino también de los que cometen crímenes al ejecutarlas. Las ejecuciones extrajudiciales, los asesinatos de civiles, las torturas y los saqueos siguen impunes y ni siquiera se investigan. Se ha visto en las campañas militares en Chechenia, lo vemos hoy en los territorios ocupados de Ucrania. Tras los bombardeos de Grozni, la destrucción de Mariupol no presentaba nada nuevo.

La cadena de crímenes impunes continúa, no parará sola. Este problema no tiene ninguna solución conciliada.

Por desgracia, la sociedad rusa no tuvo la fuerza para romper la tradición de la violencia estatal.

Durante setenta años, el estado destruyó toda solidaridad entre la gente, atomizó la sociedad, erradicó las manifestaciones de solidaridad civil, transformó la sociedad en la “población” sumisa y sin voz. El estado deprimente actual de la sociedad civil en Rusia es una consecuencia directa de un pasado no superado.

La máxima prioridad para nosotros es la persona, su vida, su libertad y su dignidad. Rechazamos la fórmula “el hombre no es nada, el estado lo es todo”. No nos centramos en importantes acontecimientos históricos ni en la "gran política" (aunque estos temas también deben abordarse para comprender el contexto de la vida humana). Para nosotros, son más importantes los nombres y los destinos de las personas concretas, víctimas de la política estatal criminal en el pasado y en el presente. El Nombre y el Destino representan nuestra base, nuestro nivel de trabajo, lo que documentamos o recuperamos.

La segunda cuestión es la naturaleza supranacional, universal de los problemas que aborda el “Memorial”.

Desde hace tiempo la humanidad es consciente de que los derechos humanos y las libertades no están sujetos a fronteras nacionales. Todo está claro aquí, y la elección de hoy del Comité Nobel lo confirma claramente. La idea de supremacía, universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos se ha convertido en uno de los factores clave de la convivencia humana, garantía de paz y progreso en el mundo. El pensamiento ruso, desde el filósofo del siglo XIX Vladimir Solovyov hasta Andrei Sakharov, Yuri Orlov y otros disidentes soviéticos, ha contribuido notablemente a esta transformación.

La situación es más complicada tratándose de la memoria histórica. Cada país, cada sociedad desarrolla sus propias narrativas históricas, sus propias “versiones nacionales del pasado”, que muchas veces contradicen las de sus vecinos. El motivo de las disputas en estos casos no son los hechos, sino diferentes interpretaciones de los mismos hechos. Las diferencias en la comprensión y evaluación de los mismos acontecimientos históricos por diferentes pueblos son inevitables; después de todo, tanto la comprensión como la evaluación nacen en el contexto de diferentes historias nacionales. Necesitamos aprender a reconocer las causas de estas diferencias y respetar el derecho de cada pueblo a su propia interpretación del pasado.

No tiene sentido ignorar la memoria "del otro", pretender que no existe. Es absurdo y sumamente peligroso negar su validez, declarando falsas aquellas interpretaciones de la realidad histórica que están detrás de esta memoria. Y es mortalmente peligroso utilizar la historia como una herramienta política, para desatar “guerras de memoria”.

En el imperio soviético, cualquier intento de los pueblos de luchar por la independencia nacional, incluso meras manifestaciones de conciencia nacional que no encajaban ideológicamente, se declaraban como “nacionalismo burgués” y se reprimían brutalmente. Tras el derrumbe de la URSS, nuevos estados que surgieron en su territorio presentaron nuevas narrativas históricas que no coincidían con la mitología histórica soviética. Y poco después de la llegada al poder de Vladimir Putin, el nuevo liderazgo ruso y sus servidores ideológicos comenzaron esas agresivas “guerras de memoria” contra sus vecinos (Estonia, Letonia, Ucrania) haciendo pleno uso de antiguos estereotipos y etiquetas soviéticas. Por supuesto, no se trataba de establecer la “verdad histórica”, sino que era cuestión de sus propios intereses políticos. Al final, la lucha contra el “nacionalismo” y los “banderas” se convirtió en la justificación ideológica y propagandística de la insana y criminal guerra contra Ucrania.

Y entre las primeras víctimas de esta locura fue la memoria histórica de la propia Rusia. De hecho, para presentar la agresión contra el país vecino como una “lucha contra el fascismo”, fue necesario distorsionar la mente de los ciudadanos rusos intercambiando los conceptos de “fascismo” y “antifascismo”. Ahora los medios de comunicación rusos llaman “antifascismo” a la invasión armada, sin ningún motivo, del país vecino, a la anexión de sus territorios ocupados, al terror contra la población civil en las áreas ocupadas, a los crímenes de guerra. Se está fomentando el odio hacia Ucrania, su cultura y su idioma se declaran públicamente “inferiores” y se inculca que el pueblo ucraniano no existe. La resistencia al agresor también se llama “fascismo”. Todo esto contradice absolutamente la experiencia histórica de Rusia, devalúa y distorsiona la memoria de la guerra antifascista real de 1941—1945, la memoria de los soldados soviéticos que lucharon contra Hitler. Las palabras “soldado ruso” en la mente de muchas personas ya no estarán asociadas con ellos, sino con aquellos que siembran la muerte y la destrucción en las tierras ucranianas.

Y el último asunto que quiero tratar en este discurso: el tema de la culpa y la responsabilidad.

Nos atormenta la pregunta: ¿Realmente el Memorial merece el Premio Nobel de la Paz?

Sí, tratamos de consolidar la memoria histórica y la conciencia jurídica, documentando los crímenes del pasado y del presente. Modestia aparte: realmente hemos hecho mucho. Pero ¿acaso nuestro trabajo evitó la catástrofe del 24 de febrero?

El terrible peso que cayó sobre nuestros hombros aquel día no se alivió con la noticia del premio otorgado, sino que se hizo más pesado.

No, esto no es el peso de la “culpa nacional”. No vale la pena hablar de culpa “nacional” u otra culpa colectiva, aunque solo sea porque el concepto de la “culpa colectiva” no se acepta en términos jurídicos. El trabajo conjunto de los participantes en nuestro movimiento tiene una base ideológica muy diferente: la comprensión de la responsabilidad cívica por el pasado y por el presente.

La responsabilidad de una persona por todo lo que le sucede a su país, y, por extensión, a toda la humanidad, se basa, como señaló Karl Jaspers, en la solidaridad civil y universal. Lo mismo se aplica a la responsabilidad por los acontecimientos del pasado. Surge del sentimiento de unidad de la persona con las generaciones anteriores, de su capacidad de verse como un eslabón en la sucesión de estas generaciones, es decir, de la conciencia de su pertenencia a una sociedad que no surgió ayer y que no desaparecerá mañana. Asumir la responsabilidad es una actitud muy personal: una persona, voluntariamente, asume la responsabilidad de lo que sucedió o de algo que está sucediendo ahora, pero en lo que no está directamente involucrada; nadie más puede cargarla con esto. Y lo más importante, la responsabilidad cívica, a diferencia de la culpa, no requiere “arrepentimiento”, sino trabajo. Es un impulso hacia el futuro, no hacia el pasado.

El Memorial representa justo esa unión de personas que voluntariamente asumen la responsabilidad civil por el pasado, el presente y que trabajan por el futuro. Y, quizás, deberíamos percibir este premio no solo como un aprecio de los resultados de treinta y cinco años de trabajo, sino también como una especie de pago adelantado, por no rendirnos y seguir trabajando.

Gracias por su atención.


Vídeo de la ceremonia del Premio Nobel de la Paz 2022

© The Nobel Foundation 2022

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