Ruski Tyshky: bombas de fósforo, camiones llenos de lavadoras y cadáveres rusos abandonados
En la región de Járkiv, hay dos pueblos llamados Tyshky: Ruski Tyshky y Cherkaski Tyshky. Están ubicados uno al lado del otro. El adjetivo Ruski (trad. ruso) no suscitó ninguna compasión entre los rusos. Los dos pueblos quedaron afectados: los invasores llegaron aquí ya por la tarde el 24 de febrero. Desde entonces la ciudad de Járkiv ha sido bombardeada sin parar durante más de dos meses, El 6 de mayo, se retiraron al otro lado del río y desde allí comenzaron a bombardear los Tyshky. Los dos pueblos. Durante cuatro meses por aquí pasaba la línea de frente.
78 disparos seguidos de artillería “Grad” contra Járkiv
— Viendo todo esto no consigo entender: ¿cómo una persona normal puede hacer una cosa semejante? ¿Qué le he hecho a Rusia? — Alla Korzurina muestra la destrucción de su pueblo natal. — ¡Teníamos aquí unos pinos estupendos! ¡Aire puro! ¡Todo está quemado! Tengo cinco nietos ¿dónde van a jugar, a dónde volver?
El bosque de pinos, triste y negro, se extiende a lo largo de la calle Dzherelna. Entre los árboles quemados y rotos caminan lentamente los zapadores.
Alla esquiva los pozos llenos de escombros (son cráteres de proyectiles) y nos lleva hasta su casa, destruida por bombardeos.
— Aquí estaban los obuses, esos grandes carros cubiertos, con proyectiles. Se cargaban aquí los sistemas “Grad” y disparaban, — muestra la mujer. Los cañones estaban justo detrás de nuestras huertas. Las excavadoras cavaron hoyos y desde allí estos enormes cañones disparaban contra Járkiv. ¡Dios mío, yo los contaba! 78 disparos de “Grad” seguidos, sin parar... 43 disparos del cañón sin parar... ¿Contra quién estaban disparando? Allí había gente, había niños.
— ¿Qué tropas rusas estaban en el pueblo?
— Al principio había chicos jóvenes. Uno dijo: “Soy de San Petersburgo. Tengo diecinueve años. En Járkiv está mi hermano y me obligan a disparar allí”. Y luego ya estaban los de la “República de Lugansk”, los de Kadyrov. Hicieron dos redadas. Buscaban algo en los sótanos, casas, desvanes...
A principios de mayo, los rusos se retiraron. Pero no muy lejos, al bosque del otro lado del río.
— Los ocupantes nos dijeron que todo terminaría el 9 de mayo. Nosotros lo esperábamos. ¡Y la tonta de mí así lo creía! El 6 de mayo nos levantamos por la mañana y aquí no había nadie, todo vacío. Los ucranianos aparecieron el 7 de mayo. Dijeron: “Somos de Ternopil, tendréis la luz”. Lo felices que estábamos pensando que todo había terminado. Y resultó que aún no había comenzado. Aquellos eran del grupo de reconocimiento nuestro. Desaparecieron. Y el 9 de mayo, después del almuerzo, comenzó el bombardeo. Pasamos dos días en el sótano de nuestros amigos. ¡Día y noche! No podíamos salir ni para dar de comer a las gallinas. Abres la puerta y vuelve el bombardeo. Los rusos se retiraron al otro lado del río. Allá donde se ven unos pinos verdes. Allí estaban. Y desde allí nos disparaban. Las brigadas territoriales nos evacuaron. Salimos el 12 de mayo y nuestros amigos el 14. Su casa fue destruida ante sus ojos por la noche. La bombardearon desde helicópteros... ¡Aquí ya casi no quedaba gente, y ellos disparando contra la gente! No me lo explico.
Alla cuenta que al retirarse los rusos bombardearon, en primer lugar, los lugares donde se habían instalado antes. En particular, el colegio local. En el pueblo todavía no había personal militar ucraniano.
Los rusos dejaron el pueblo sin siquiera recoger los cuerpos de sus muertos.
— Dejaron en el pinar a sus soldados muertos, estaban tirados en aquel lugar. ¡Qué peste! Era imposible respirar. Una vez mi cuñado se coló aquí para coger algo de mi casa. Dijo que era imposible respirar.
“Traían las lavadoras de todas partes a mi patio”
El patio de Sergiy Serdyuk es una muestra de la extraña afición que tienen los ocupantes rusos por estos electrodomésticos: allí quedan amontonadas decenas de “carcasas” y tambores de lavadoras como si fueran esqueletos de animales muertos.
— Robaban estas lavadoras en todo el pueblo y las traían aquí, dice Sergey.
En su teléfono nos muestra lo acogedor que era su patio entonces. Probablemente por eso los rusos eligieron su casa como base.
— Salimos de aquí casi de inmediato, dice el anfitrión. En marzo, ocuparon la casa. Primero vivían allí unos “orcos”, luego se fueron, entraron otros. Lo sacaron todo: frigoríficos, lavadoras, bañera, camas, todas las pertenencias, saquearon el garaje. Dicen los vecinos que trajeron dos camiones Kamaz y se llevaron todo lo que pudieron... También acumulaban aquí las lavadoras robadas a la gente para sacarlas en camiones. Luego un proyectil impactó en la casa, y de los aparatos amontonados quedó un montón de tambores.
Además de las lavadoras rotas, los rusos dejaron suciedad, latas vacías y restos de comida militar. Sergiy encontró sus documentos de propiedad de la casa en un basurero detrás de la cerca. Los zapadores revisaron el patio de Sergiy y lo que quedaba de su casa, pero aconsejaron no caminar por el huerto, era peligroso.
Cuando el ejército ucraniano llegó al pueblo, también se instalaron en el sótano de Sergei. La ubicación de la casa, al final del pueblo, dejaba bien visible el lugar donde se acababan de retirar los invasores, y la convertía en una especie de avanzada para nuestros soldados. Sin embargo, fue extremadamente peligrosa: los proyectiles la alcanzaron muchas veces, y en el garaje se quemó un coche con médicos militares…
“El primero de septiembre nos dispararon con fósforo”
— El 24 de febrero mi esposa y yo escuchamos explosiones. Cañonazos de tanques. Ya por la tarde, el convoy del ejército ruso atravesaba el pueblo. Muchos rusos se instalaron en el colegio. El pueblo quedaba casi intacto. En cuanto se retiraron, a principios de mayo, empezaron a bombardearnos fuertemente.
Víctor Semyachko es ingeniero de profesión, pero desde hace 37 años se dedica a la agricultura. Sabe hacer de todo, desde reparar la maquinaria con sus propias manos hasta construir un cobertizo para su tractor.
— Tengo una pequeña granja. Aquí trabajamos tan solo mi esposa y yo. Pero le ganamos algo y pagamos impuestos.
Durante la ocupación, los rusos robaron el arado de discos al agricultor.
— El 24 de abril, el Domingo Santo, trajeron un tractor, engancharon el arado y se fueron. Como mi maquinaria era antigua, vieron que no había nada que robar. Pero se llevaron el arado nuevo.
Para proteger su coche de los invasores, Víctor lo estropeó: le sacó la batería y la escondió.
Poco queda ahora de su granja, orgullosamente llamada “Sokol”. Los animales muertos, los coches destrozados, el grano de alta categoría desperdiciado, la casa quemada con proyectiles de fósforo.
— El 17 de junio, mi esposa y yo nos escondimos en el sótano. 16 misiles cayeron cerca de mi casa. En la huerta, detrás del patio. Y luego hubo una explosión en el patio. Al salir, vimos que el almacén de semillas estaba destruido. Las vallas derribadas. Las ventanas de la casa rotas. Y después de eso, el bombardeo se detuvo de inmediato. Creo que hubo un corrector de fuego. 16 disparos fallidos. Y en cuanto acertaron, enseguida dejaron de disparar. Y luego los bombardeos se repetían. Se quemó el galpón con los cerdos. También murieron 110 gallinas ponedoras. Y el primero de septiembre, a medianoche, nos bombardearon con proyectiles de fósforo. Alcanzaron la casa y se incendió el piso de arriba. Mi esposa dijo: “¿Por qué la luz de la calle está encendida?” Salimos fuera de la casa. El segundo piso estaba en llamas. Tengo un generador de energía. Lo puse en marcha, pude encender la bomba... Pero el viento era demasiado fuerte. La casa se quemó.
Ahora Víctor vive en Járkiv, en casa de su hija, pero todos los días va a su casa, hace algo, repara lo que se puede reparar: concierta agujeros del tractor roto, cubre con tejas restantes el almacén con los restos de semillas de girasol. La cebada, humedecida por lluvias bajo el cielo abierto, ya ha echado brotes verdes.