Galyna Bulgakova, la artista de Járkiv: ‘Vi un vehículo blindado ruso y me quedé petrificada’
Vivo en Ucrania desde hace muchísimos años. Aunque soy rusa, nací en la región de Don. Pero el caso es que pasé toda mi vida consciente en Járkiv. Tenía muchos negocios muy... diferentes. Incluso fundé una sociedad anónima. Estuve en muchos países, pero siempre regresaba a Ucrania después.
Soy arquitecta y artista de profesión. Hice muchos proyectos de edificios en Ucrania. Es particular, en Járkiv, en el barrio residencial de Saltivka que ahora está completamente destruido. Mi proyecto de graduación fue una ampliación de la estación de tren de Járkiv. Su hotel de muchos pisos también es parte de mi proyecto. De verdad. Lo tomaron de base e inmediatamente comenzaron a construir. Es decir, mi contribución, grande o pequeña, está presente en Járkiv y estoy orgullosa de esto.
Estoy jubilada hace tiempo ya, soy viuda. Mi marido era cirujano, murió hace diez años. De toda la familia solo me queda mi nieto.
¿Pensó que Rusia comenzaría una invasión a gran escala?
La presentía. De alguna manera sentía que empezaría. Y cuando empezó la guerra, mi nieto no se lo creía. Es un estudiante de segundo año de la Universidad de Járkiv, facultad de filosofía, especializado en estudios de cultura. Tiene veinte años, siempre me decía que lo de la guerra, era una tontería, que no habría ninguna guerra.
Todo empezó antes, en el año 14. Y se sentía en el aire, este espíritu de guerra con una cara poco femenina.
¿Cómo fue su primer día de agresión a gran escala?
Vivo en el centro de la ciudad justo al lado del Palacio del Trabajo. Y cuando comenzaron estas explosiones... Allí hay muchos restaurantes, está cerca el “Panorama”. Y a menudo lanzan los fuegos artificiales. Pero a esta hora de la madrugada, pensé: empezaron muy temprano. Es decir, empezaron demasiado tarde. Y luego oí que no eran fuegos artificiales. Ya estaban bombardeando Saltivka.
Pero pensé que esto sería algo transitorio. Bueno, no podía ser que nuestros hermanos, los rusos, nos hubieran atacado porque sí. ¿Qué mal les habíamos hecho?
Nos quedamos en Járkiv, esperando que se calmara. Pero no se calmó. Vivimos en una pequeña casa en el centro de la ciudad, en el tercer piso. Por encima de nosotros no vive nadie, en el primer piso solo hay oficinas. Vivimos tan solo nosotros dos.
No había un refugio antibombas. Para esto había que ir corriendo al metro de la Plaza de la Constitución. A veces estábamos a punto de salir, pero había toque de queda, o escuchábamos ametralladoras. No nos daría tiempo de llegar. A veces nos decían que el metro estaba cerrado y que no dejaban entrar a nadie.
Por lo tanto, bajamos a la planta baja, a la oficina de nuestro vecino. Y allí nos quedamos tumbados en el suelo. Pero había agua, hacía calor. Y nos quedamos allí hasta la mañana.
¿Cómo pasaron los días siguientes?
Luego empezaron los bombardeos fuertes, estaban ya muy cerca. Cuando los primeros proyectiles empezaron a caer en el centro de la ciudad, nos ofrecieron salir a cuarenta kilómetros de Járkiv. A un pueblo. Nos llevaron, pasamos por varios puntos de control, nos preguntaban palabras contraseñas. Pero pasamos y nos quedamos allí una semana. Había un bosque cerca, pero no había alimentos, ni condiciones. Éramos diez personas. Y me di cuenta de que había que salir de la ciudad de alguna manera: estábamos los dos solos, no teníamos a nadie para ayudarnos. Y en este pequeño pueblo, o aldea, no sé cómo llamar aquello, había gente religiosa. Ellos nos llevaron a Járkiv, tenían un centro de ayuda caritativa. Acomodaban a sus feligreses, aquellos que llegaban a Járkiv, les alojaban en sus casas. Y nos llevaron a Járkiv, nos dejaron casi en el portal de nuestra casa.
¿Ha visto que los militares cometieron actos delictivos contra civiles? ¿Cómo decidió finalmente dejar la ciudad?
Salimos. Vi lo que estaba pasando allí de verdad. Vitrinas rotas, sangre en las calles, saqueos. Entraron incluso en las bibliotecas, no sé qué estaban buscando allí, no había alimentos. Escuchaba bombardeos, tenía miedo. Primero, vi un vehículo blindado militar ruso. Estaba parado cuando iba a comprar comida, cerca de Nikolsky. Es un nuevo centro comercial recién inaugurado en verano. Vi este vehículo blindado cerca de la biblioteca Korolenko, no sabía qué hacer.
Primero me quedé atónita, luego me di cuenta de que había que moverse de alguna manera. Decidí volver. No sabía qué me podía pasar. ¿Qué sé yo, qué tenían en mente? Así que empecé a caminar muy despacio, esperando que me pasara algo: que me pegaran un tiro a la espalda. Porque si no quisieran, no hubieran venido a mi ciudad. No hubieran llegado hasta aquí. Pero allí estaban ¿llegaron en un vehículo blindado militar buscando el qué?
Y fui a una tiendecita cerca de nuestra casa y compré lo indispensable, porque ya había pocos productos. Compré pan, algo de pasta, cerillas, menudeces...
Vi el Palacio del Trabajo destruido. Vi las ventanas rotas del “Panorama”. Vi la antigua tienda “Melodía” destruida...
Entramos corriendo a nuestra casa, las ventanas estaban abiertas. Tal vez por la onda expansiva. Y luego comenzó a retumbar de nuevo. Estuvimos en casa no más de quince minutos. En estos quince minutos conseguimos preparar el mínimo de cosas. Documentos, algo de dinero, agua. Y cuando empezó a retumbar mucho, salimos de casa.
Ya no sabía ni cómo llegar a la estación. Decidimos ir a Lviv, vimos el horario de trenes. Fuimos corriendo: yo con una mochila, una bolsa con algo básico de comida.
Y así caminamos a lo largo de las casas, cruzamos la calle. De repente escuchamos la bocina de un coche detrás. Y el hombre, el chofer, nos dijo que nos llevaría.
Así llegamos a la estación. El primer tren a Ivano-Frankivsk lo perdimos. Pero el siguiente fue a Lviv. Nos pusimos a la cola, subimos al tren, éramos muchos en el vagón. Llegamos a Lviv.
En cada compartimento del vagón había diez personas y más gente estaba sentada en los pasillos. Vimos a una abuela, de noventa años, sentada en el pasillo. La acomodamos en nuestro compartimiento. La pobre superó varios ictus, se sentó con nosotros. No paraba de preguntar adónde iba. Estaba con su hijo que se quedó en el vestíbulo, y ella iba con nosotros...
Todos mis lienzos, todas mis obras quedaron en casa. Grandes, de un metro y bastante bonitas. Las preparé para una exposición y tuve que dejarlas allí. Y pasé a hacer obras gráficas pequeñas, de A4. La mayor parte ya la he dibujado aquí.
¿Y sus amigos de Rusia qué dicen?
Tengo amigos de una web creativa. Me di cuenta que las personas con las que tenía una relación artística... yo escribía poemas, y esa gente escribía música, participábamos en algunos concursos para los que solía escribir mis poemas, ilustrados con mis dibujos. Teníamos una muy buena relación, antes del comienzo de la guerra. Y cuando dije la verdad sobre lo que estaba pasando, no me creyeron. Me dijeron: estás mintiendo. No puede ser verdad.
Una persona de San Petersburgo me dijo: “¿Por qué me mientes? Yo sé lo que está pasando allí. Os estáis destruyendo a vosotros mismos. Solo queremos liberaros”...
¡No necesito que me liberen! Soy una persona libre. Digo lo que quiero, hago lo que quiero, puedo expresarme, puedo hablar ruso. A nadie le persiguen. Puedo hablar ruso, puedo hablar ucraniano, puedo hablar inglés si me piden.
¿Le quedan los amigos en Járkiv, qué dicen? ¿Cuáles son las consecuencias de lo vivido para usted?
Mi amiga vio volar las bombas, vio cómo disparaban a las personas que estaban haciendo cola por la ayuda humanitaria. Ella dijo que estaba desorientada, sólo tuvo tiempo de entrar a la tienda. Y había muertos... Y las morgues de Járkiv estaban llenas. Y no se sabía quién estaba allí.
Había cuerpos en la calle, despedazados, sangre en todas partes...
... Mi psique ya está bastante afectada. Duermo muy mal. Cuando me puse enferma, me atendieron muy bien en el hospital. Estaba en un hospital, después en el otro. Me hicieron un tratamiento, un examen completo.
Mi nieto también lo está pasando muy mal. Es una persona difícil. A pesar de estudiar muy bien en su segundo año universitario, tiene signos de un trastorno mental. Empecé a observarle: parece normal, pero percibe la realidad de manera diferente. Estoy empezando a ver en él los síntomas del autismo.
¿Qué cree que pasará después?
Quiero creer que la guerra terminará. Y que aquellas personas que no creían en la guerra se enteren de la realidad. No soy una persona pública, pero tal vez mi misión tenga que ver con esto.
Solo puedo decir que yo nunca y a nadie... no lo desearía ni a un enemigo, como dicen...
Que sus hijos, si tienen la oportunidad de hablar con ellos, que les pidan volver a sus casas. Para que no les lleguen como “carga 200” (*muertos en una guerra). Porque mueren nuestros niños, tan chiquitos...
Por cierto, mi amiga mía tuvo a su nieta hace poco, nació en el sótano. Y me mostraron a la bebé, vestida de rosa. Una niña. Dicen que cuando alguien se viste de rosa, simboliza la paz.
¿Quizás tiene algo que decirles a los rusos?
Solo quiero hacer un apelo a las madres: créanme, la guerra es lo peor que nos puede pasar. Puedes perder tu casa, puedes perder tu dinero, puedes perder tus inmuebles, puedes perder tu ropa, puedes perder tu trabajo. Pero lo peor es perder la vida.
La muerte siempre da miedo. Nunca estás preparado para la muerte, incluso si una persona muere por una enfermedad.
Pero cuando la muerte es así de violenta, horrible, injusta — entonces los corazones de las madres tienen que sentirlo: nosotras también tenemos corazón y también tenemos hijos. Y nuestra vida también puede terminar tan repentinamente.
A mí, por ejemplo, me arrancaron de mi vida. No tengo nada ahora. Absolutamente nada. Estamos solos: mi nieto y yo. Y nuestras dos vidas son lo más importante, las quiero conservar.
Y si mañana me dicen que la guerra ha terminado... Todos los días me acuesto con este pensamiento: que la guerra termina... Creo que es un horror, una pesadilla que tiene que acabar. Mi madre pasó por una guerra, estuvo al frente de enfermera. Me dijo: lo más importante, Galyna, es que en tu vida no haya guerra. Pero ocurre que la guerra está en mi vida. Pero si ellos me ven, me escuchan, me gustaría que también sintieran culpa en sus corazones. Tal vez no saben dónde están sus hijos, pero lo deberían saber. Y lo que están haciendo aquí, también deberían saberlo...
Galyna Bulgakova tiene a su nieto en tratamiento en Lviv. Ella continúa a dibujar. En hojas pequeñas A 4, e incluso en carteles. Y ella sabe que pronto venceremos.