‘Me llevaron a una cámara de tortura en Donetsk con una bolsa en la cabeza’
Cuando comenzó la agresión rusa contra Ucrania en 2014, yo vivía en Novoazovsk. Entonces supe que, en el territorio ocupado, un orfanato había sido desmantelado y los niños se habían quedado a vivir allí, en familias que no podían cuidar de ellos.
Compartí esta historia con mis amigos periodistas en Kyiv. Una de ellos, mi amiga íntima Olga Musafirova, vino a Novoazovsk. A pesar de la ocupación parcial de la ciudad, consiguió llegar y hasta trajo regalos de Navidad para estos niños.
Tras visitar a los niños y ver su situación, entendimos que no podíamos dejarlos así. Decidí quedarme en la zona ocupada. Olga, desde Kyiv, iba a recolectar ropa y yo la recogería al otro lado de la línea de demarcación para entregársela a los niños. Entre los paquetes había postales firmadas en ucraniano y libros.
Quería transmitirles un mensaje a estos niños: que son ciudadanos de Ucrania, que este es nuestro país y que Ucrania no se ha olvidado de ellos.
Cuando viajaba a Mariúpol para recoger los paquetes, también hacía lo posible por apoyar a nuestros soldados que defendían la ciudad. Quería mostrarles que había gente en los territorios ocupados esperando ser liberada.
Cuando me regalaron una bandera ucraniana, firmada por el Batallón de Leópolis con deseos para los patriotas de Novoazovsk, fue un gran honor. Conseguí esconder esa bandera; todavía se encuentra en un lugar muy seguro en Novoazovsk. Eso me motiva a vivir para ver la liberación de todos nuestros territorios y de mi ciudad.
En 2019 me arrestaron cerca de mi casa. Aquella noche me pusieron una bolsa en la cabeza y esposas, y me llevaron a un lugar desconocido. Me metieron en una celda, donde una chica me dijo: “Estás en Izolyatsiya”, famoso centro ruso de tortura en Donetsk.
Estuve en shock. Oía a la gente gritar y me di cuenta de que en cualquier momento podía llegar mi turno.
Pasé 50 días viviendo esta pesadilla. Me pasó de todo allí. No quiero entrar en detalles, porque esos recuerdos son muy traumáticos.
Las condiciones generales eran insoportables: de seis de la mañana a diez de la noche era obligatorio permanecer de pie. No se permitía sentarse. Ante cualquier ruido, te obligaban a ponerte una bolsa en la cabeza y de cara a la pared. La más mínima infracción se castigaba con brutales palizas.
Te podían “encerrar en el vaso”: una estrecha habitación de piedra donde te obligaban a permanecer de pie en la oscuridad. Allí perdías la noción del tiempo. Constantemente te amenazaban y te sacaban para interrogatorios. En el piso de arriba estaban los cuarteles de sus militares. A veces, al regresar de misiones de combate, se llevaban a hombres o mujeres “para divertirse”.
No había luz solar; los cristales estaban pintados de blanco. El sótano era insalubre: había un cubo en vez de inodoro y te daban un litro y medio de agua al día. Dormías junto al cubo, inhalando este hedor. Nos tenían controladas mediante videovigilancia. Los guardias eran exclusivamente hombres y podían quitarte la ropa. Tú no los veías, pero ellos sí te veían.
Yo tenía un abogado. Fue un milagro que le permitieran atenderme. Me informó de que mi familia había solicitado un intercambio inmediatamente después de mi desaparición. Me aconsejó aceptar y firmar todo lo que dijeran los investigadores, sin discutir. Me explicó que así el caso pasaría rápidamente a los tribunales, se dictaría una sentencia y sería posible intercambiarme.
Mi abogado intentó trasladarme a un centro de detención preventiva. Me advirtió de que las condiciones allí serían extremadamente duras. En aquel momento pensé que las cosas no podían empeorar, pero resultó que sí.
La celda en el centro de detención preventiva era muy pequeña, pero albergaba a 20 mujeres. Las literas estaban pegadas y el baño era un agujero en el suelo de cemento. Casi todas las mujeres fumaban; era imposible respirar. Las reclusas eran criminales: asesinas, traficantes de drogas o armas, o combatientes del lado ruso.
Cuando me preguntaron por qué cargos cumplía condena y respondí “extremismo”, me trataron de ukropka.[1] Me insultaban, diciendo que por culpa de gente como yo bombardeaban el Donbás.
Compartía las literas con mujeres enfermas de tuberculosis y sida, algunas con heridas abiertas y supurantes. La celda apestaba. Las mujeres fumaban todo el día y había peleas en las que algunas usaban cuchillos afilados.
Sentía una intensa presión psicológica. Lo llamaban “resolver el asunto”: si al investigador no le gustaba algo en un interrogatorio, las autoridades penitenciarias ordenaban al “supervisor” de la celda aplicar presión adicional. No había asistencia médica.
Un día me sentí tan mal que incluso mis compañeras de celda, que eran hostiles, se rebelaron y llamaron al asistente médico. Cuando vino, dijo: “¿Qué más da cuándo te mueres?”. Sin embargo, me puso una inyección; mis compañeras me dieron té y poco a poco volví a la vida.
A lo largo de tres años escribí varias veces al investigador pidiendo permiso para recibir visitas de mi familia, pero me lo denegaron.
En 2022, tras la invasión a gran escala, la actitud hacia nosotras empeoró drásticamente. Los guardias nos decían: “¿Qué pasa, ukropkas? ¿Seguís esperando un intercambio? No habrá intercambio. No hay dónde intercambiarlas. Kyiv ya no existe”. Prohibieron los paquetes e incluso las visitas de abogados.
Luego decidieron celebrar un supuesto “referéndum” sobre la anexión de los territorios ocupados a Rusia. En prisión, llamaron a otra mujer —también presa política— y a mí para votar. Nos negamos, alegando ser ciudadanas ucranianas.
Una de las guardias, que nos trataba con un poco más de humanidad, se acercó y nos dijo: “Escuchen, nos ordenaron golpearlas hasta que acepten. ¿Para qué hacer eso?”. Nos llevaron de todos modos, una a una, a una habitación. El abogado de la prisión estaba sentado allí. Había papeletas ya llenas a favor de la adhesión a Rusia. Detrás de nosotras estaban los guardias con porras.
Me dijeron que marcara una casilla, pero escribí que estaba en contra. El abogado se sorprendió y les dijo a los guardias: “Miren lo que hace esta ukropka”.
Me golpearon, me sacaron de la habitación y me devolvieron a la celda. La mujer que estaba conmigo hizo lo mismo.
Le dije: “Tienes un hijo pequeño, pronto tendrás tu tribunal, ¿quizás no deberías haberlo hecho?”. Y ella respondió: “No me respetaría si hubiera actuado de otra manera”.
En toda la prisión, solo cuatro votamos en contra: yo, mi compañera de celda y dos mujeres de otra celda. Estoy orgullosa de ellas, pero me preocupa mucho su destino, ya que se quedaron allí.
Después de eso, amenazaron con trasladarnos a una prisión rusa o reabrir la “Izolyatsiya” y enviarnos allí.
El 15 de octubre de 2022 se abrió la puerta de la celda y me dijeron que tenía 20 minutos para empacar. Pensé que estarían cumpliendo sus amenazas. Mi compañera de celda, Olga, intuyó que se trataba de un intercambio y dijo: “Así es como funciona”. Rompió a llorar y nos pidió que no las olvidáramos.
Fue un intercambio. Duró dos días. Éramos 14: ocho militares y seis civiles. Nos vendaron los ojos, nos ataron las manos y nos subieron a un gran camión militar. No podíamos ver nada.
Cuando nos bajaron, nos quitaron la venda. Nos dimos cuenta de que estábamos de nuevo en el centro de detención preventiva de Donetsk. Se rieron y dijeron que nos iban a fusilar.
Luego nos vendaron los ojos otra vez, nos metieron en un coche y nos llevaron durante un buen rato. Oímos a uno de los escoltas decir: “Tranquilas, están en territorio ruso”. Eso nos asustó aún más.
Nos llevaron a un aeródromo militar. Pasamos la noche en el mismo camión y, a la mañana siguiente, nos subieron a un avión. Dentro, nos sentamos en el suelo, muy juntas, sin poder movernos. Al aterrizar, nos subieron a otro vehículo, llamando a cada una por su apellido. Por un agujero en la lona, las chicas vieron que estábamos entrando en la región de Zaporiyia.
Cuando nos bajamos, vimos a un hombre con una bandera blanca. Nos dirigieron hacia él. Fue un intercambio. Apenas recuerdo el camino: un puente roto, subidas, bajadas... Pero al llegar, caímos en la cuenta: éramos libres y estábamos a salvo.
Tras mi liberación, me enteré de que me habían concedido un premio en ausencia por mi contribución a la defensa de los derechos humanos. Recibí este premio después de mi liberación.
Mi principal objetivo ahora es ayudar a quienes siguen en cautiverio. Siempre recordaré las palabras de mi compañera de celda, Olga: “No te olvides de nosotras”.
En los territorios ocupados se sigue deteniendo a personas, acusándolas de espionaje, extremismo y terrorismo. Esto continúa. Si guardamos silencio, esas personas permanecerán recluidas durante años. Ni siquiera sabremos dónde están. No podemos permanecer en silencio. La información llega a las cárceles. Cuando los presos saben que se les recuerda, eso les da fuerzas para resistir. El olvido es peor que la muerte.
El 6 de diciembre de 2024 se registró la ONG “Numo, hermanas”, dirigida por Lyudmyla. La organización reúne a mujeres que, durante el cautiverio y la ocupación, sufrieron violencia sexual relacionada con el conflicto (VSRC), tortura y otras consecuencias de la guerra.
[1] Ukrop, ukropka — nombre despectivo con el que los rusos llamas a los ucranianos. Literalmente significa “eneldo